Las tías son el miembro interesante de la familia, una figura que posee tanto el matiz maternal como la ligereza de la amiga. Ese rol «de esquinita» que se les ha otorgado, que está a un paso de los padres sin serlo, y casi casi es la amiguita, pero no lo es, le da lo mismo el derecho al pescozón que la liviandad de meterse en temas complicados sin ponerse tan colorada. Todavía me acuerdo del día en que mi tía se topó con unos condones en mi cuarto y ahí mismo me haló por la mano y me sentó en una butaca para empezar a hacerme doce mil historias de sexo con la vividez de una mala película de sábado. A la fuerza narrativa le iba agregando espectacularmente la teatralidad: las advertencias llevaban los ojos abiertos y preocupados, como mi mamá; y las picardías, la risita nerviosa y cómplice de mi abuela. Para cuando terminó sus cuentos de horror y misterio sin dejarme ni replicar, yo estaba con una mueca en la cara y sin poder explicarle que los «globos» eran para la fiesta del CDR. Pero el adelanto me sirvió más tarde.
Lo que pasa es que las tías siempre tienen una complicidad y una manera mejor de conversar las cosas espinosas con uno, por eso los padres las llaman en los episodios oscuros de nuestra vida. Una vez fui a ver a un amigo y lo hallé sentado con cara de disgusto en el contén de la acera, «Estoy esperando a mi tía, que mis padres la llamaron, porque no les gustan las amistades con las que ando», «¿Y por eso tanto disgusto? A todo el mundo le pasa eso, compadre», «No, no es eso, es que ella vive en Caimito, y viene en el tren, a la hora que llegue ya la fiesta se acabó y no han decidido si puedo ir o no», y todo aquello porque tenía que llegar el refuerzo familiar de la tía.
Además, como ellas suelen ser tan amigables con sus añoñados sobrinos, cuando pasa algo así y tenemos que esperar sus reprimendas, nos duelen más que las de nuestros padres, porque nos resulta muy extraño ver cómo pasan de cómplices a censuradoras, y nos avergüenza más lo mal hecho. Un ceño fruncido de tía da una vergüenza indescriptible.
Aunque esos son los «rasgos generales de la especie» hay muchos tipos de tía: la tía pepilla hasta el fin, que se sabe los nombres de todos los artistas que tus padres no conocen y te deja maquillarte cuando vas a su casa aunque no hayas cumplido 15; la tía dulcera, una especie muy querida cuando uno es niño; la tía apañadora, que siempre pide una rebaja de la sanción en la reunión familiar; la tía costurera, la que te arregla la ropa justo a tu medida, —¡ni la modista del barrio logra tanto milagro! Hay tías gorditas y tías que se hacen un tatuaje en la crisis de la mediana edad; y hay tías que pelean. Hay tías que te malcrían porque aún no tienen hijos, y luego te dejan tu lugar privilegiado cuando ya los tienen, tías que querían una hembra y te adoptan mentalmente, o lo mismo con el varón; hay tías que te escuchan sin dormirse ni criticar tus dramas adolescentes y más tarde, existenciales; hay tías «culturosas», que te llevan al teatro cuando «ya tienes edad», y tías recre, que te llevan a los carnavales «cuando ya tienes edad». Y hay tías que hasta te enseñan sus trucos en las primeras fases del coqueteo, lo cual es muy valioso hasta que te das cuenta de que sus trucos pasaron de moda y el muchacho no te entiende, pero al menos te lanzaste al juego.
También está, ¿cómo olvidarla?, la tía del campo, que en las vacaciones cobra un valor incalculable y en la niñez se idealiza al punto de decir que tenemos una tía que tiene una finca con ganado cuando en realidad lo que tiene es un patio bien cuidado y una chivita. Y luego hay una subespecie casi no detectada por los estudiosos, pero muy relevante, la tía que usa exactamente la misma talla que tú, ¡misterios del amor de Dios!
Encima, por alguna razón del destino, o algún giro de nuestra psiquis, las tías a veces parecen tener hasta alguna ventaja material sobre nuestros padres: o viven en la playas, o tienen un cine cerca de la casa, o tienen un carrito, o, si se tiene una suerte, Dios te manda en una sola tía varias cosas juntas, lo que yo llamo una «tía combo» o «navaja suiza».
Por eso propongo que debería existir una guía anual de la tía, para catalogar a los nuevos tipos, como mismo se catalogan las nuevas especies de pájaros exóticos o de bichitos valiosos que se van descubriendo, pues con los nuevos tiempos nuevas tías van llegando. Y debería actualizarse esa guía con el rigor con que los académicos actualizan sus catálogos y diccionarios. Por ejemplo, ahora han surgido las tías wifi, que son las que mágicamente viven cerquitica de las zonas de conexión, ¡qué maravilla!, y hay tías dulceras que han sufrido una interesante mutación a tía agente de telecomunicaciones, y que ahora, en lugar de sus suaves aromas de tartas y panqués, nos reciben con un cartel promocional y una gaveta llena de tarjetas telefónicas.
Queda muchísimo que apuntar para esta rara especie, que es una especie de rol, pues nuestras madres, abuelas, son a su vez tías de otros y a ellos aportan sus dulces, consejos, máquinas de coser… y ocasionales pescozones, que tienen ese toque distinto a los propinados por las madres y sacan chichones más duraderos. La verdad verdad es que si uno se pone a mirar, el mundo está lleno de tías, no como lo dicen los españoles, sino de tías de verdad, hermanas de tu padre o tu madre con sus mágicos superpoderes, y un mundo lleno de tías, tiene que ser un mundo bueno, señores.