Mi casa no era ámbito de maledicencia. A veces se comentaba de manera jocosa algún rasgo característico del comportamiento de amigos y visitantes. Con frecuencia escuché decir: «Fulano corre detrás de su nariz». Era un girovagante que salía a la calle con un propósito determinado y desviaba pronto el rumbo incitado por cualquier estímulo accidental. Los días transcurrían de ese modo, desperdiciando el tiempo destinado a abordar los asuntos sustanciales de su trabajo. En nuestra vida cotidiana, muchos son los que siguen corriendo tras su nariz. Raúl Roa, conocido por su legendario dinamismo, acostumbraba reiterar la necesidad de invertir horas nalgas en el estudio y la reflexión.
Antes de iniciar la jornada laboral, todos revisamos nuestra agenda. El maestro puntualiza lo esencial de sus clases. El médico revisa las consultas pendientes, los intercambios necesarios con sus colegas. El funcionario ordena sus despachos, intercala las reuniones obligatorias, establece el orden de sus visitas de control. Cada uno debe disponer de un tiempo para la actualización en su rama. Ese día a día, a veces rutinario, es el primer escalón en una cadena de acciones que responden a objetivos inscritos en estrategias a mediano y largo plazo. Así se formula la organización elemental del trabajo, aunque la vida, es obvio, está plagada de imprevistos, algunos menores, otros de gran envergadura. Las tempestades interrumpen las comunicaciones, imponen una movilización general. A otra escala, los altibajos en la bolsa de valores, el alza o derrumbe de las monedas, imponen el replanteo de directrices y la reconsideración de prioridades, como quien recorre una carretera, tropieza con una interrupción forzosa y toma un desvío para retomar luego el camino inicial. Para no caer en un barranco hay que dominar el volante. En otras circunstancias, la brújula orientadora habrá de encontrarse en la clara definición de los objetivos propuestos.
Por ese motivo, en la paz y en la guerra, la elaboración de los conceptos, vale decir, de las estrategias, dejando siempre margen a factores imponderables antecede a la acción. Dirigir es prever, decía José Martí. Así prefiguró los preparativos de nuestra lucha por la emancipación. Tenía que intervenir simultáneamente en tres direcciones: juntar fondos, preparar expediciones y trabajar en la toma de conciencia y el consiguiente compromiso de los cubanos.
Juntar hombres y mujeres es el más complejo entre todos los desafíos. Muchos veteranos de la guerra grande, dispersos, sufrían la amargura de la derrota. Subsistían entre ellos rivalidades y conflictos nunca zanjados. Desconfiaban también de aquel intelectual frágil, de frente ancha, diestro en la pluma, pero carente de una experiencia bélica, hombre de ciudad que nunca había montado un caballo, porque desconocían su experiencia precoz en el Hanábana. Con cada uno de ellos, con los jefes más respetados, había que establecer un diálogo directo, limar asperezas. Para llevar a cabo su hazaña, Martí había analizado profundamente los errores cometidos en la guerra grande, las disputas que llevaron a la deposición de Céspedes y los tropiezos de los representantes de la Cuba insurrecta en el exterior, evidentes en el patético diario de Francisco Vicente Aguilera. Para acopiar lo indispensable, no se sometió al capricho de quienes mucho poseían.
Se volvió hacia los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso con el propósito de forjar, con el empeño de todos, las bases del Partido Revolucionario Cubano, donde se articularon los veteranos de ayer, los trabajadores de la emigración y los pinos nuevos. La prédica infatigable creó conciencia. Luego, en Montecristi, preparó con Máximo Gómez los principios programáticos para una guerra en la que habría de crecer la República. Los combatientes, dispuestos al sacrificio supremo, tenían que saber por qué y para qué estaban tomando las armas. Mediado el siglo XX, siguiendo el ejemplo del Maestro, ante el tribunal que lo juzgaba, Fidel en tribuna de autodefensa, denunció los crímenes, definió el concepto de pueblo en aquella circunstancia y expuso los rasgos fundamentales de su proyecto emancipador. Con la mayor transparencia, afirmaba que la derrota del tirano era el objetivo inmediato, el eslabón inicial de un plan estratégico para edificar una república justa y soberana.
Para Martí y para Fidel, el destino de la Isla se asociaba al de Nuestra América. Ahora, estamos inmersos en un contexto aun más complejo, frente a un poder hegemónico que domina gran parte del planeta. Las acciones diseñadas para preservar el presente y el futuro tienen que responder a formulaciones conceptuales.
Al final de la jornada, el ciudadano común que corre detrás de su nariz ha perdido un tiempo precioso y, probablemente, no ha cumplido con buena parte de sus tareas. Los resultados son más graves en el caso de los que tienen responsabilidades ejecutivas. En todos los planos de la sociedad, formular estrategias y definir el trazado de políticas exige, en nuestro mundo convulso, perfilar conceptos, puntos de articulación para la indispensable coherencia en el conjunto de acciones diversas con vistas al presente y al futuro. Fidel lo apuntaba en su discurso en el Aula Magna. La estrategia no puede subordinarse a la práctica. La derecha ha mostrado tener muy claro este principio. El neoliberalismo penetra la economía, la educación, la cultura y los medios de comunicación. Responde a una cosmovisión y al entendimiento de que su poder hegemónico depende de ese diseño integral. La izquierda, en cambio, se fragmenta en antiguas rivalidades, encerrada a veces en un universo minúsculo, perdido al contacto con las masas, su razón de ser. Ocurre entonces, en nuestro contexto latino, que el votante, hipnotizado, borrada la memoria, obnubilado por fuegos artificiales utiliza la boleta electoral contra sus propios intereses. Es el momento de rescatar nuestra razón crítica y nuestros lineamientos comunes.