El gesto de malestar vino acompañado de una palabrota, mientras la caja de fósforos fue a parar, de un tirón, más allá de cuatro metros. «Le ronca, además de quemarme los dedos, me abrió un hueco en la camisa», resumió en do mayor. Acababa de ser víctima de esa reacción inicial casi «explosiva» de las cerillas cubanas.
Tampoco conocía, como la mayoría, la advertencia de la fábrica de fósforos Paquito Borrero Lavadí, de Palma Soriano, de que estos deben encenderse en sentido contrario al cuerpo para evitar el incidente que le ocurrió.
Pero, más allá de ese consejo insertado en las cajas, resulta llamativo ese chispazo sin rumbo.
Debemos agradecer esa alerta para evitar quemar el pantalón o la camisa, aunque en ocasiones nos chamuscamos el dedo con que los rallamos, por esa característica de muchísimas de las cerillas. Esto último deja intuir que algo anda mal.
Costó un burujón de años, a partir de alrededor de 1669 en Alemania, fabricar un fósforo práctico y seguro que apareció en 1826, aunque luego hubo otras versiones mejoradas hasta llegar a los actuales.
Práctico y seguro, entre otras particularidades, significa estar despojados de esa condición del chispear descontrolado que debe ser excepción, más que acercarse a la condición de regla, como el caso que nos ocupa.
Cada vez que la chispa deja el huequito en el pantalón o la camisa propia o de otra persona que estaba enfrente, por asumir el encendido hacia afuera, cunden los epítetos a viva voz. Y con razón.
En realidad, normalmente, por costumbre, la mayoría rallamos hacia adentro, la manera más rápida de pegar el fuego al cigarro o al tabaco.
Prácticamente, están sugiriendo que para encenderlo hay que despejar el lugar donde estamos, apartarnos de todos, una recomendación imposible de consumarse que no necesita, por motivos obvios, explicar los porqués.
Lo que está por despejar, pienso, es a qué se deben las muchas cajas semivacías, que se van vaciando en los bolsillos por cerrar mal y, en especial, la causa de ese chispazo que sale como un cohete culpable de mil y un agujeros.
Cobijarse de lo que parece un defecto de fabricación, vaya usted a saber si por la materia prima u otro motivo, con una advertencia, y dar por sentado que el consejo de encender en sentido contrario a su cuerpo resuelve el problema, en vez de despojar al fósforo de esa característica «explosiva», deviene una quimera.
La suerte de esa fábrica es que está en nuestra geografía, si no, hace rato hubiera quebrado. Pero, sin otra alternativa, hay que seguir comprándolos y quemándonos, levemente, de vez en cuando.