Entre miles que emocionan, quizá la historia más conmovedora que alguna vez nos contara Hugo Chávez fue la de Génesis, la pequeña enferma que un día le regalara al presidente una bandera y que este, en complicidad con Fidel, mandara a Cuba con la inexcusable tarea de ser feliz hasta el último día que un despiadado cáncer cerebral le dejara vivir.
¡Curioso «dictador» este que daba a una niña la orden de ser dichosa! ¡Feroces sus métodos de hacerla cumplir: un viaje gratuito con su familia, una escuela con amiguitos que la animaban mientras la educación cubana le abría senderos del vivir y los mejores especialistas de un país que sabe curar le ponían continuos obstáculos a su muerte! Pese a ello, cierta prensa siguió viendo un dictador donde pueblos ciertos identificaban a un gran humanista.
Además de sensible y corajudo, de carismático y original, de ser el primero en mucho tiempo que le habló a su pueblo en «venezolano» y rescató dormidos orgullos por los símbolos, la tierra y la piel, Chávez se destacó como el líder de la transparencia. El catalejo imperial le espió simplemente porque el señor del sombrero rayado no le quería, pero no hacían falta escuchas ni agentes encubiertos para saber qué pensaba y hacía este hombre. En 1998, a poco de haber sido nombrado presidente, viajó mundo y estuvo por única vez en la Casa Blanca, donde le habló a Clinton, en ráfaga, como siempre, de su idea de país, de la Constituyente, de proyectos sociales... El yanqui bebía una gaseosa y su cara —declaró tiempo después un testigo— era todo un poema. Es que Chávez no se guardaba palabras; de su intervención en la ONU sobre el Diablo Bush (con míster Danger presente) no hace falta hablar, porque ya es un clásico de la denuncia antiimperialista... y de otras cosas.
Más que meterse a la gente en un bolsillo, Hugo Chávez se metía en los bolsillos de la gente, partía con ellos y entraba en sus casas y en sus vidas. Quien lo escuchaba marcaba la fecha. Condujo y se dejó conducir por la masa para cumplir una meta personal solo alcanzable para genios como él: mandar apegado a los mandatos del pueblo. El hombre de Estado declamaba, cantaba, pintaba, escribía, jaraneaba, reía, se abría con la certeza de que era un igual, familiar de todo el mundo. A resultas, en Cuba hay muy pocos que no se sientan parientes suyos, sangre de su misma camisa.
En Sabaneta aprendió, de padres maestros, el honroso oficio de querer. Nació allí, en casa de tablas de palma con piso y paredes de tierra y un patio artillado con naranjas, toronjas, mandarinas, aguacates, rosas y maizales. No fue cosa del azar que los Chávez criaran palomas blancas.
Su vida fue un constante gerundio: vivió buscando anécdotas de abuelos rebeldes, sacando historias de honra, reviviendo arraigos, cesando sin decretos viejas apatías sociales, sumando almas, entregándose... Cuando en 1975 un bisoño patriota juraba con sable de subteniente, ya el volcán del liderazgo anunciaba erupción perenne.
Del muchacho que vendía frutas y dulces con una carretilla creció uno de los presidentes que más hizo por la infancia de su país y la región. Chávez se graduó como Padre desde que, muy temprano, entendió que sus hijos sanguíneos no eran los únicos niños del mundo.
Muchas honduras lo enlazan con Cuba: su cariño por Fidel, los convenios de bien, los abrazos de costa a costa, su diálogo de compatriota con los hijos de la Isla, el amor por la pelota y la defensa que hiciera, como nadie en su país, del lugar de Martí como primer continuador bolivariano.
Sin embargo, la historia de Génesis puede leerse como singularísimo testimonio de amor entre los dos pueblos. La niña cumplió su misión: en Cuba se hizo pionera, juró y trató con sus años de ser como el Che, rió hasta el último día al abrigo de su madre... fue feliz (que era la orden), para desconcierto de una muerte que terminó llevándose a aquella pequeña rebelde como una estrella. Pasando también por Cuba, con cáncer, amando y riendo igual, Chávez la siguió; se fue antes de tiempo, como la niña, el 5 de marzo del 2013, no sin antes dejarnos, para luchar por los pequeños de América, una bandera. Es la misma bandera de Génesis.