La primera vez que desfilé un Primero de Mayo no tenía conciencia de la significación del momento. A los cuatro años de edad iba sobre los hombros de mi padre con una cinta en la cabeza que decía «¡Patria o muerte»! Guardo la foto, que sirvió de portada para la noticia del periódico Girón de mi provincia.
Crecí, como muchos pioneros, entre banderas y consignas revolucionarias. Cuando ingresé en la Universidad de La Habana, en la carrera de Sociología, me alisté como el primero para el ómnibus que nos llevaría desde la beca hasta una de las arterias cercanas a Paseo, donde formamos un bloque compacto para transitar frente a la Plaza de la Revolución y el Martí vigilante desde la altura.
No había visto tantas personas reunidas, felices en una demostración de respeto y admiración al proceso cubano. Porque desfilar el Día de los Trabajadores en Cuba es una fiesta con efervescencia máxima; es celebración de derechos. A uno le late el corazón en el pecho como si fuera a estallarle, y pisa fuerte el pavimento para estremecerlo, y quisiera que el eco se expandiera por las venas de la tierra hasta los obreros del mundo que no pueden marchar porque no tienen voz ni tiempo.
En cinco años de universidad no falté al grito de «adelante». No me movía la inercia ni iba cargado de consignas frívolas. Era la oportunidad que me daba el país como estudiante, también, para no faltar a mi deber de patriota.
Tengo 26 años y no ejerzo la Sociología. Regresé a Matanzas, mi ciudad, para seguir aprendiendo a ser trovador, porque es lo que me apasiona. Soy miembro de una Asociación que defiende a los jóvenes artistas, pertenezco al catálogo de una empresa de músicos. Tengo un espacio sistemático para mostrar mi obra al público, mi primera producción fonográfica licenciada con una disquera y nominada en un festival, dos cancioneros y varias instituciones culturales que apoyan el desarrollo de mi carrera. Todo ello es resultado de la suerte que tengo de vivir en Cuba.
No hay que hablar de los que van contracorriente. A la burocracia, la trivialidad, la insensatez, la desidia y el irrespeto de algunos, los aplasta la bota gigante y pesada de la historia, que nunca perdona a los irresponsables.
Cada Primero de Mayo sigo en la marcha porque me energiza. Voy en cualquier bloque, al lado del primer trabajador que sepa honesto; que tenga las manos encallecidas y los ojos transparentes; que todos los días sienta amor por su bandera y así lo demuestren no sus palabras, sino sus actos.
Como es lógico, nunca más he visto aquella cinta que até en mi cabeza el Primero de Mayo de 1993; tantos años después, ya con plena conciencia, todavía encuentro un sitio donde colgarme la frase «Patria o muerte. Viva el Primero de Mayo».
*Trovador y sociólogo matancero