El talento cubano, lo mismo el brillante pelotero que el médico insigne o el avezado científico, también está acechado por las asimetrías de este mundo voraz, que engulle desde los países ricos prominentes profesionales y fuerza de trabajo calificada de las naciones emergentes. Negocio redondo y sin costos para los poderosos, sangría dolorosa para los pobres.
En el caso de Cuba, lo preocupante es que sus sostenidos esfuerzos en la calificación de su inteligencia, con igualdad de oportunidades para todos —una inversión costosísima y sistemática del Estado socialista—, se ven menguados cada vez más por la seducción desde esos emporios del poder y las riquezas. Robo de cerebros «a la cara». Fábrica de sueños.
Y para colmo, la política migratoria del norteño vecino hacia nuestro país, la cual ha promovido históricamente la emigración ilegal, se ha emponzoñado aun más con la promoción de las deserciones en las filas de médicos y otros profesionales en las misiones de colaboración en el exterior, la principal fuente de ingreso de divisas de nuestra economía hoy por hoy.
Como muchos otros fenómenos de nuestra sociedad, la emigración de fuerza de trabajo calificada no debe explicarse solo a partir de las acechanzas e intromisiones exteriores, sino también hurgando en las raíces y razones domésticas que pueden estar condicionando esa descapitalización del talento.
No puede obviarse el cisma del período especial, que invirtió la pirámide económica del país, y aún hoy impacta negativamente, al punto de que los profesionales perdieron en buena medida su sitial y pasaron a posiciones desventajosas en la escala social, mientras que el sector emergente —incluso los oficios más simples dentro de él—, la economía informal y el negocio turbio, ascendieron como paradigmas del éxito.
No es menos cierto que la llamada actualización del modelo económico cubano pretende subvertir esa gran distorsión que se vive, privilegiando el trabajo y la calificación como raseros insoslayables en la redistribución de las riquezas. Pero ese proceso de transformar la economía y la sociedad poniendo las cosas en su sitio, es gradual. No arrojará sus frutos en un lapso inmediato. Y la gente tiene solo una vida y un tiempo.
Ello explica que, por un lado, jóvenes profesionales, en quienes se han invertido cuantiosos recursos de formación a lo largo del sistema educacional, luego de cumplir su período obligatorio de adiestramiento y servicio social —y a veces mucho antes— emigren en dos direcciones: hacia nuevos espacios del país mucho más gananciosos, ajenos a su especialización y muchas veces en labores simples que no requieren sus conocimientos, y al exterior, en búsqueda de mejores horizontes económicos, frecuentemente en empleos precarios y elementales.
Con salarios tan bajos y con rutinas laborales hibernadas en el verticalismo, la falta de iniciativa y de emprendimiento, mientras no se dignifique a la empresa estatal socialista como un emporio de riquezas y progreso, con innovación y considerable autonomía para gratificar y prestigiar en toda su dimensión la labor del profesional, la fuerza de trabajo calificada se verá estimulada por el salto migratorio a lo interno o al exterior.
La paradoja mayor es la instrucción y alta calificación alcanzadas, que les abre los horizontes mentales, y luego el estrechamiento de las expectativas cuando, ubicados laboralmente, se les constriñen las posibilidades de aplicar esos conocimientos con creatividad, avances, y sin resignaciones.
A su vez, el sector no estatal, que va creciendo en la estructura económica cubana, no siempre ofrece posibilidades al universitario. Las figuras económicas aprobadas en el trabajo por cuenta propia y en el cooperativismo no agropecuario son preponderantemente de oficios empíricos y manuales, sin gran espacio para la proyección profesional, ingenieril e intelectual en sentido general.
A la falta de incentivos se adicionan los ambientes desestimulantes y mecánicos, poco democráticos, en no pocas entidades a las cuales arriban los diplomantes para cumplir su período de adiestramiento, abortado en la práctica de labores nimias y otras subestimaciones que van desencantando al joven graduado.
Si al menos en muchos sitios no existen aún los recursos para estimular económicamente el trabajo de esos profesionales, sí habría que crearles las mejores condiciones, seducirlos y enamorarlos. Darles su espacio sin temores. Comprometerlos con la audacia y la participación activa, y no adormecerlos en la inercia heredada.
Del éxito de las transformaciones económicas dependerá la utilización eficaz y fecunda del elevado capital humano del país. Pero mientras tanto, habrá que considerar qué hacer para no extraviar tanto la inteligencia y el talento, que son el futuro de Cuba. Cada uno que se nos va es una derrota.