Solo con el primer paso se comienza a caminar el camino, y no importa cuan largo sea. Lo importante es alcanzar la meta.
Los acontecimientos del 17D marcan un antes y un después en la conflictiva relación entre Cuba y los Estados Unidos. Para ambas partes resultó ese imprescindible y a su vez inimaginable primer paso.
Sobre el significado de estos eventos y las razones que los motivaron parecería que se ha escrito suficiente. Lo que es obvio no necesita explicarse.
A partir de ahí «la cosa» ha comenzado a moverse, y como cabía suponer, se han sucedido como cascada los discursos, medidas, encuentros y acciones. Desde las regulaciones del 16 de enero emitidas por los Departamentos del Tesoro y de Comercio de Estados Unidos que modificaron algunos aspectos de la aplicación de la política de bloqueo, hasta las conversaciones migratorias y para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, pasando por el discurso del presidente Obama sobre el Estado de la Unión.
Cualquier observador podría apresurarse a decir que van rápido los norteños. Reconozcamos que así es. No podría ser de otra forma para quienes tienen tantos deberes que hacer. Son ellos quienes bloquean y es allá donde se ha entretejido, a lo largo de más de medio siglo, una tupida telaraña de leyes, medidas, y decisiones —legislativas y ejecutivas— para sancionar, castigar y hacerle la vida imposible a los cubanos y cubanas.
Para nosotros, los de la isla de Troya, asediados y hostigados, que nos especializamos en la resistencia defensiva, en saber vivir con las carencias, entre inventos y remedios, y algunas pifias por el camino, los ritmos han de ser otros. Está claro que tenemos que andar con cautela. Pero está claro también que no debemos dejar de movernos, de hecho lo estamos haciendo hace rato y aquí vale la expresión de «sin prisa, pero sin pausa».
El camino largo que solo andaremos andando tiene que transitarse sobre las sólidas bases del respeto mutuo, del reconocimiento entre iguales aunque diferentes, y a través del diálogo. Cada quien debe llevar su ritmo y velocidad. Convertir de antemano el recorrido en una suerte de conteo, de cuánto hice o dejaste de hacer no parecería prudente ni aconsejable.
Por otra parte no debemos dejarnos confundir con las palabras. El bloqueo sigue estando ahí. Las regulaciones del 16 de enero, como ya se ha dicho antes, modificaron ciertos aspectos de su aplicación, en particular en las áreas de mayor interés para los objetivos de Estados Unidos. Pero ese mismo día, junto al anuncio de las medidas, un muy práctico material de «Preguntas y Respuestas» que se apresuró en publicar el Departamento del Tesoro dejaba bien clarito que: «Sí, el embargo a Cuba permanece».
Y siendo las cosas así debemos recordar que desde 1992 la Asamblea General de las Naciones Unidas ha expresado de modo inequívoco y con una mayoría creciente, de hecho casi unánime en la última votación en 2014, que hay que ponerle fin al bloqueo económico, financiero y comercial de EE.UU contra Cuba.
Ese llamado, esa exigencia, continúa siendo un asunto pendiente que ha de acompañar a Cuba y Estados Unidos en este largo camino hacia la normalización de sus relaciones. Mientras no se ponga fin a la política de bloqueo, y sus atributos, no se podrá alcanzar la meta.
Es por ello, que la Asamblea General de las Naciones habrá de pronunciarse nuevamente este año sobre este asunto. Se volverá a debatir y se volverá a votar. Como hasta ahora, el contundente apoyo de la comunidad internacional seguirá siendo decisivo para alentar al Gobierno de Estados Unidos a continuar andando el camino.