No creen los pequeños que el mundo es tan inmenso como se lo pintan. Lo observan todo y repiten cuanto oyen. A veces debemos hablar en susurros para que no aprendan aún lo que no deben.
Pero hay a quien nada se le escapa. Como a Karla, que cuando ve indicios de tormenta en el rostro de su abuela, le tira de las ropas y aconseja: «No cojas lucha, abuelita Maluca».
«Mira, Karla, una estrella», le dice una amiguita y le muestra un dibujo. La otra se encoge de hombros y responde: «Mira, Mariam, un mondongo», asegura la muy traviesa, y sonríe mientras enseña un óvalo inmenso, del tamaño de la hoja de papel, con grandes ojos y, la verdad, medio espantoso. «¿De dónde sacó esta niña esa palabra tan fea?», preguntan sus mayores horrorizados.
Difícil saberlo, porque la mente de los infantes es tierra fértil para cuanto abono aparezca. Por eso, muchos repiten palabras en inglés con tanta facilidad como si fuese su lengua materna, o aprenden números, colores, canciones... solo con que otra chiquilla animada los diga en su televisor.
La gente cree que hoy los niños lo saben todo, que abren los ojos al mundo y distinguen lo bueno de lo malo, porque entre ocurrencia y carcajada sueltan preguntas o verdades que jamás se nos hubiesen ocurrido en edad tan prematura. Pero ellos nada tienen que ver. Los culpables somos nosotros y este tiempo presuroso que nos ha desvestido de tabúes.
Era imposible en mi niñez quedarme hasta después de La Calabacita para ver la novela, o inmiscuirme en las conversaciones de mis padres, o decir una palabra cuyo significado oliera a incorrección. Enseguida venía la reprimenda.
Ahora primero se tiende a reírse de la ocurrencia del pequeño y después a decirle que no, que eso no se dice. Para entonces ya es muy tarde, porque la niña o el niño han visto la sonrisa de sus padres y piensa que lo dicho es tan gracioso que lo mejor es volver a repetirlo.
Hoy sus fiestas casi nunca se celebran al estilo infantil, quiero decir, sin reguetón y con juegos tradicionales (no es imprescindible «alquilar» payasos ni malabaristas). Es más frecuente ver a las niñas con tacones y vestidas como para el trabajo. Eso, en mi niñez, formaba parte de los juegos. Saben cuánto dinero cuesta todo y hasta diferencian el peso en moneda nacional del CUC…
Tienen juguetes más modernos pero casi ninguno sobrevivirá a su generación. Porque hoy los niños saben mucho —nos hemos cuidado de que lo aprendan todo—, pero no siempre nos ocupamos de que conozcan el valor de lo que les rodea.
Los niños tienen de todo: alimentos, ropas, diversión... Los mayores nos encargamos de dejar para ellos «lo mejor» y estamos seguros de que son felices. Ya tienen hasta un día para celebrar su infancia. Ahora hay que «buscarles» un día para la inocencia.