A veces me pregunto qué habría pasado con mi espiritualidad, con mi gusto estético, si en mi infancia o cuando me hallaba entre la adolescencia y la primera juventud, hubiera tenido a mano todas las bondades tecnológicas que hoy disfrutamos, y no hubiese tenido que conformarme con aquellos fabulosos discos de acetato que estaban al alcance de cualquiera, o con las imaginativas propuestas televisivas o radiales de entonces.
Trato de dibujarme mi existencia hoy sin mis lecturas, mis juegos callejeros y tradicionales, y mis instructores de la Casa de Cultura, que me acercaron al teatro, la música, la pintura y la danza; sin aquellos profesores que imponían respeto, más que con la mirada, con sus probados conocimientos que despertaban admiración total; esos que querían que te volvieras «experto» lo mismo en fuerzas y ecuaciones, que en dibujos técnicos, capitales de países y cruzamiento genético, porque entendían que para enfrentar con más eficiencia la vida no bastaba únicamente con dominar hechos históricos, y saber sumar, leer y escribir.
Y claro que vi Gotica de gente y me costó «desenredar» la garganta de tantos nudos, pero también Yo, Claudio; George y Mildred y Detrás de la fachada; los muñe «rusos» compartiendo protagonismo con Elpidio y Chuncha; Álbum de Cuba, Juntos a las 9, Todo el mundo canta y Para bailar; Tanda del domingo y 24 x segundo; las magníficas adaptaciones de clásicos de la literatura cubana y universal para la telenovela, El Cuento o el Teatro en TV. Y me pegaron al butacón Sol de batey, Pasión y prejuicios, El tiempo joven no muere, Julito el pescador, Sector 40, En silencio ha tenido que ser...
Todo ello me armó un mundo en el que de haber tenido memorias flash, computadoras, discos externos, celulares y DVD, igual me hubiera acompañado un sentido crítico para poder apreciar con la libertad que brindan los sentidos bien despiertos, esos paquetes abultados de gigas de hoy.
En esas condiciones, creo que seguramente solo no le habría dado crédito a las Bellezas latinas, Casos cerrados y al melodrama de peor calaña, como no pocos hacen por estos días, negando las muchas virtudes que poseen los, por supuesto perfectibles, radio, televisión y cine nuestros.
Lo que sí está claro es que el modo de consumir los productos culturales en la actualidad dista mucho del que existía cuando yo era un «chama» y me entusiasmaba aunque la escenografía fuera de cartón. De hecho, lo que no se debe perder de vista es que ahora, con tantas posibilidades al alcance, cada cual puede decidir cómo será su entretenimiento, qué desea ver y en qué momento lo hará.
Con esa realidad de fondo, nuestros medios deberán repensarse de otra manera, atender más a los intereses y las necesidades de su público, y tener presente que satisfacerlo no equivale a instalar la frivolidad (por cierto, no siempre es sinónimo de esparcimiento), dejar de insistir en las jerarquías culturales ni echar a un lado sus avances también evidentes.
Claro que no resultará sencilla la tarea de descubrir la fórmula «mágica» en la que distracción, placer, buen gusto y calidad de la propuesta, vayan a la par. No obstante, estoy convencido igualmente de que mientras mayor y más verídico sea el reflejo, tanto de esa diversidad que nos distingue como de nuestra compleja realidad, superiores serán las probabilidades de atrapar a la audiencia.
De cualquier modo, el camino para lograrlo se allanará aun más si quienes tienen que ver con la pantalla doméstica, por ejemplo, toman en consideración que incluso los espacios culturales, de corte educativo e informativos, exigen que se piensen como espectáculos televisivos, y siempre desde la modernidad.
Y mientras nuestra industria cinematográfica está abocada a hallar modos de producción que respondan a estos tiempos, la radio deberá ir más allá de encontrar voces «bonitas», pero a veces vacías intelectualmente, y desterrar, de una vez y por todas, esos programas que se convierten en saludos, felicitaciones (con frecuencia en demasía, como si no hubiera nada interesante que decir), y palabrería hueca, todo lo cual se hace aun más perceptible cuando la música que se escucha no clasifica ni por asomo dentro de lo más sobresaliente hecho dentro y fuera de Cuba.
A los artistas e intelectuales les corresponderá continuar con esa vigilancia cualitativa que permitirá analizar con profundidad el quehacer de nuestros cine, radio y televisión, sobre todo a partir de este viernes en que se inicia el VIII Congreso de la Uneac, y así seguir soñándolos mucho mejores.