Buena Fe tiene la virtud de crear canciones con pegada. Letras que hacen reflexionar y que nos acompañan en el tarareo íntimo ante las situaciones más inéditas. Muchos coincidirán en que un estribillo con «swing» pertenece a esa canción, que a cada rato escuchamos en boca y dice: «La culpa.la maldita la culpa.no la tiene nadie...».
Esos mismos versos afloraron de manera insistente en la conciencia de los dos reporteros que durante más de una semana le seguimos la pista a la falta de cepillos dentales, fundamentalmente en la capital del país. Su sonido y la voz de Israel Rojas se dibujaron a ratos, con bastante nitidez, sobre todo cuando conocíamos las versiones de las partes —reflejadas el domingo 2 de febrero en el reportaje Cuando nos cepilla la demanda (Luis Raúl Vázquez y Yuniel Labacena Romero)— y escuchábamos, en cada caso, que la responsabilidad no le pertenecía a ellos...
Una de las aristas interesantes —y también de las más preocupantes— que reveló la confección del reportaje, fue palpar, con el papel en la mano, cómo la Empresa Cepil Juan Antonio Márquez y distintas instancias del Ministerio de Comercio Interior (Mincin) probaban el cumplimiento de sus planes y proyecciones comerciales. Yo pedí, yo cumplí, y luego a hacer como Poncio Pilatos…
Y pese a todo, el cepillo dental estaba ausente de los espacios de venta, como también ocurre con una serie de artículos de aseo personal, imprescindibles para el uso diario, lo que evidencia una de las grandes distorsiones que hoy existen en la economía: la subestimación de la demanda, pensar que el comportamiento de los clientes y su disposición a comprar son los mismos en todas las épocas del mes y el año.
Bajo esa subestimación no era desdeñable que, en algún momento, el mercado —esa institución que reconocemos y convocamos a tener en cuenta— diera uno de sus coletazos y nos dijeran adiós por un tiempo el desodorante, el detergente, el cepillo y la pasta dentales, y otros productos escasos hoy en los mostradores.
Es más, salvo que se tomen otras medidas y de acuerdo con la información consultada y el criterio de distintos especialistas, no debería sorprendernos que a lo largo de 2014 ocurran faltantes del cepillo dental para adultos en distintas provincias, ante un balance que no toma en cuenta de modo coherente la demografía de sus territorios, entre otros factores.
Cuando esto ocurre, vale siempre preguntarse: ¿Alguien lo previó? ¿Alguien, por ejemplo, imaginó que en diciembre —un mes en que las compras se disparan por diversas causas, incluyendo los festejos— los cubanos íbamos a comprar un poco más de artículos que por precio y necesidad se encuentran más a la mano? ¿Alguien ha sacado la cuenta de cuál es el costo económico que conlleva la falta de esos «inocentes» productos en las tiendas, más en un país necesitado de usar de modo racional hasta el último centavo?
Durante la investigación para el reportaje, el doctor Oscar Fernández Estrada, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad, insistía —más que en una tesis— en una situación que otros expertos han hecho notar en distintos momentos. Y es que en la economía cubana, son las empresas las que deciden, y la demanda y gustos de los consumidores poca incidencia tienen en su productividad y funcionamiento.
En un esquema productivo de tal naturaleza —cuyas debilidades se han revelado en distintas ocasiones desde estas páginas—, claro que pueden faltar los desodorantes y los cepillos si ya los ingresos planificados se cumplieron. Ni hablar de la calidad, ni de las preferencias individuales de cada cliente, y mucho menos de la protección a los consumidores.
Hoy, cuando el país está abocado a un ordenamiento de su economía que permita el desarrollo de una sociedad próspera y sustentable, se impone corregir esas deficiencias, más cuando se aboga por formas de planificación con mayor acento en la previsión y no en la operación de último momento, como ocurría hasta hace poco. De lo contrario, los versos de Buena Fe volverán a escucharse en nuestros oídos.