Siempre que comienza a llover y a tronar acuden a mi recuerdo las cacerías de cangrejos. ¡Cuánto nos divertíamos los manatienses de finales de los años 60 del siglo pasado con aquellas aventuras entre la manigua y los mosquitos de Tabor! Bastaba con que apareciera un chubasquito escoltado por un relámpago para que nos alistáramos en disposición de perseguir a los crustáceos en su propio territorio.
Las papilas gustativas de quienes lo han probado, saben que el enchilado de cangrejo es uno de los platos más exquisitos que puede regalarse el paladar. La alta cocina lo incluye en las cartas de los restaurantes de lujo, y sus propios chef lo recomiendan. Sí, tal vez sea una receta más plebeya que las elaboradas a base de langostas y camarones, pero no les va a la zaga en cuanto a sabor.
Para el safari nos organizábamos. Tomábamos en bicicletas o a pie por la carretera que va al vecino puerto. Una medida de seguridad se imponía: camisas de mangas largas. Solo así se mitigaba el ataque masivo de los zancudos. ¡Ah!, y botas de goma para enterrarse en los fangales donde los cangrejos suelen atrincherarse y hacerse fuertes. Y, desde luego, un buen gancho de alambrón, para agarrarlos por la muela mayor —su parte más apetitosa— tan pronto se pusieran a mano.
La alegría sobrevenía cuando, luego de un par de horas tras los animales, conseguíamos agenciarnos 50 o 60 muelas. Pero nadie imagine que siempre lográbamos buena cosecha. A veces el saldo era de dos escuálidas piezas. En esos casos nuestras madres, a quienes habíamos «garantizado» traer muelas suficientes como para cocinar un sabroso enchilado, debían improvisar un menú de emergencia para calentarles el estómago a los hambrientos y decepcionados cazadores.
En honor a la verdad, en aquellos singulares lances nos animaba más el espíritu de aventura y la posibilidad de empinar el codo bajo la lluvia que el de privar de sus piezas molares a los desvalidos cangrejos de Tabor.
Por cierto, muchos crustáceos ofrecieron tenaz resistencia. Presentaron combate sin dar un paso atrás —algo increíble en ellos— e, incluso, les atraparon con sus pinzas los dedos a más de un confiado.
Los manatienses de estos tiempos no tienen ni idea de lo que es una cacería de cangrejos. ¿Será porque ya apenas llueve y truena en el municipio? ¿O tal vez porque la otrora nutrida colonia de crustáceos está virtualmente desaparecida con tanto cambio climático? No sé, no sé...
En cuanto a mí, ojalá se me presentara nuevamente la oportunidad de reunir a mis amigos de toda la vida bajo un aguacero, tomar rumbo al monte por la carretera del puerto, emboscar a los animalitos en un recodo, despojar de sus tenazas mayores a unos cuantos de ellos y brindar luego con ron y enchilado por su existencia y a su salud.