Asusta. Pasan horas sumergidos en las guerras, disparando al contrario sin importar quien sea; conquistando mundos paralelos o derribando pueblos. Suelen ser a ratos héroes, a ratos villanos. La inocencia de sus pocos años no les deja percibir maldad tras esas pequeñas acciones que logran realizar con solo presionar las teclas de una computadora. Pero, algo dentro de ellos cambia, pues la influencia de esos «inofensivos» videojuegos puede, poco a poco, influir en su comportamiento.
En casa casi nunca lo perciben. El niño está tranquilo, pasa largas horas quieto, sentado, sin molestar, y eso los mayores lo agradecen, sin pensar en el mal que ocasiona el consumo excesivo de estos juegos, máxime si son de índole violenta.
Entonces el niño puede identificar como patrón a un héroe que para nada lo es, a un superhombre que destruye y mata por conquistar un mundo, o a otro que en su afán de llegar primero a la meta anda a toda velocidad sobre un vehículo, derribando cuanto se le ponga delante. O al que mató a golpes al contrario y le dejó marcas visibles en el rostro, y hasta un poco de sangre en el piso.
Mientras se sumergen en estos espacios, el mundo afuera les va siendo cada vez más ajeno, menos atractivo. Y hasta se vuelven solitarios y huraños, y rechazan al niño de la pelota y el bate, porque simplemente prefieren los jonrones que logran con un clic.
Los expertos identifican como señales de adicción a los videojuegos que el niño comience a presentar problemas con los estudios; pierda el interés por la televisión; coma, no cuando sienta hambre, sino cuando el juego termine; rechace otros juegos de interacción física y mental con sus compañeritos, y modifique, en función del juego, todas sus actividades.
El exceso de consumo puede generar fatiga ocular, dolores musculares, estrés, nerviosismo, ansiedad. Por el contrario, al hacerlo de forma adecuada, sin sobreconsumo y ponderando aquellos de contenido educativo, podemos elevar la capacidad de razonamiento del pequeño, el desarrollo de la memoria, el instinto de superación y el deseo de alcanzar metas más altas, entre otras ventajas.
No se trata de ver los videojuegos como al enemigo, sino de aprovechar sus potencialidades y administrarles a los pequeños el tiempo que pasan consumiéndolos, y que este siempre esté acorde con la edad, pues sucede que, por desconocimiento de los padres, traen cualquier juego a la casa, o dejan que el pequeño lo traiga sin revisar su esencia.
La emergente ola de contenidos digitales que circulan de flash en flash debe ponernos alerta, justo antes de que aparezca el mal. Es importante recordar que la inocencia de los niños no les deja ver el peligro tras cada ejecución de comandos, tras cada victoria después de matar o golpear.
Entonces nos toca velar por los videojuegos que consumen y cómo y con qué frecuencia lo hacen. Insisto, no se trata de ponerlos de espaldas a la tecnología y al progreso. Que jueguen en la computadora, sí, pero de forma equilibrada, y con aquello que pueda aportar a su desarrollo como seres humanos.