Gerardo, Antonio, Fernando y Ramón llegaron a través de sus voces al concierto. Allí estaba René, esperándolos. El timbre vocal de cada uno pareció esfumarse entre la brisa marina, entre las olas humanas, pero no.
El eco de esas voces que por unos instantes podemos colocar junto a su imagen, se quedó en cada acorde de canción. La voz de cada uno se parece a ellos. No son voces lejanas o desconocidas, son las de los héroes que este pueblo espera, son las voces de los hombres que debieran estar en casa, prendidos de sus familias.
Cuando Gerardo dice: P’alante, uno sabe que es el mismo de la foto, el mismo que le dice «mi muñeca preciosa» a su Adriana, el mismo que hace chistes e inventa postales divertidas, el mismo de las manos que enamoran. Cuando a un gigante casi se le quiebra la voz en su: ¡Hasta la victoria siempre!, ese es Ramón que no cabe tras las rejas, el mismo hombrón con cara de osito de peluche que se enorgullece de sus hijas, que promete un futuro soñado a Ailí, que calma los miedos de Laura, que mira cuánto ha crecido Lizbeth. Cuando Fernando asegura que el ejemplo de este pueblo lo alimenta, ahí está el hombre grande y sereno, que calma, y son sus palabras la mejor medicina para su Rosa, «su reina», para quien cada palabra suya es como una caricia. Cuando Tony nos regala un poema que suena distinto desde su pecho, Mirta abraza a su hijo, y es como si todas las madres lo hicieran y se multiplica, y él mismo se hace verso en Tonito, en Gabriel, en la rima de una existencia útil, entregada a los demás.
La voz de Gerardo no advierte el pesimismo de los condenados, la posibilidad de la muerte. Sonríe, hace reír a carcajadas a la mujer que lo estremece. Se sabe inocente y acompañado; a la de Ramón no se le nota el dolor en las rodillas; ni a la de Fernando la ansiedad de querer estar en este minuto esencial, o a la de Tony la necesidad de volar hasta los brazos de su vieja que le dice: «Nene, no te preocupes», pero es imposible.
Sus voces son las mismas de siempre, aunque ya no se parezcan tanto a la imagen de los carteles. Ellos están más cerca desde que nos acompañan en forma de decibeles, siempre juveniles y optimistas, y René los acerca aún más, porque son sus hermanos, porque mientras ellos sean solo los rostros de una fotografía trunca y una voz, él no está completo.
Dicen que la línea telefónica trajo las voces de Gerardo, Ramón, Fernando y Antonio, pero fue la noche. Allí se quedaron para hablar de lealtad, para abrazar a tantos, para hacerse canción y convertirse en eco duradero. Hay que traerlos, para que Gerardo le susurre mimos al oído de Adriana, para que Ramón pruebe por fin la comida que cocina su Nana, para que Fernando se mire en los ojos transparentes de Rosa Aurora, y Tony, recostado en el pecho de su madre, escriba el mejor de sus poemas. Hay que traerlos.