Las mejores almas de este mundo siempre han deseado cambiar las armas —que significan muerte y destrucción— por utensilios de trabajo que produzcan alimentos, bienes necesarios para una vida de bienestar.
Siempre ha quedado en las utopías de la humanidad. El tronar de los cañones se impone, enfrentan a unos pueblos con otros, a hermanos en luchas fraticidas, desde un terrorismo de Estado donde salen beneficiadas esas industrias del armamento, del militarismo.
Existe también la violencia personal, la que ejerce una persona sobre otra o contra varias, por odios, envidias, celos, botín u otros motivos. Las armas lo facilitan.
Y en Estados Unidos, donde la Constitución garantiza un derecho irracional a que cada cual posea una o más armas, las puertas del infierno se abren con demasiada frecuencia, empuñadas por mentes enfermas o pervertidas.
El año 2012 fue especial en ese camino y su rastro de sangre.
La masacre en la escuela primaria Sandy Hook, en el pueblo de Newtown, en Connecticut, fue el clímax de esa barbarie y con la muerte de 20 niños de seis y siete años, dio vida nuevamente a la polémica, al debate, en el que siempre se ha impuesto el interés de la industria de las armas, y de su organización, la Asociación Nacional de Rifle (ANR) con un llamado salvaje a «detener» la violencia en los centros escolares, proveyéndolos de armas…
Sin embargo, el raciocinio, el alma buena, también se hace presente. No puede quedar en el anonimato la iniciativa de Los Ángeles, una de las ciudades de mayor índice de delincuencia y violencia, que ahora, conmovida por la tragedia de la escuelita primaria, y para limpiar sus comunidades, está cambiando armas por alimentos.
Varios miles de personas han respondido al llamado, y el miércoles eran largas las colas, según informaba el sitio digital Common Dreams.
No es Los Ángeles la única ciudad con esa respuesta, similares programas han tenido cabida en otros momentos en ciudades como Detroit, Boston, San Diego y Camden.
También se ha incorporado ahora Ithaca, en Nueva York; y en el caso de Los Ángeles, el programa se ha puesto en práctica desde un fondo anónimo, y sin que se le pregunte absolutamente nada a quien entrega el arma. Un intercambio donde por una pistola o un rifle reciben tarjeta de crédito para la compra de alimentos por valor de cien dólares, y de 200 dólares por un fusil de asalto.
¿Que es una gota de agua calma en el mar borrascoso de la violencia? Cierto. Y no son pocos los que en comentarios en la web minimizaban, ironizaban, o se burlaban del empeño, a la vez que defendían la posesión de armas en sus hogares.
Pero lo más importante es que no pocos de los que acudieron al intercambio de armas por comida llevaban a Sandy Hook en la conciencia y la intención.
Padres y madres comprensivos y temerosos de que el jovenzuelo de 20 años que asesinó a mansalva en Newtown, fue adiestrado en el uso de las armas por su madre, utilizó las pistolas y rifles «legítimos» de su madre, y también asesinó a su madre…
La gritería estalló con otras medidas, cuando algunos medios de comunicación dieron a conocer los nombres y la ubicación de quienes en los vecindarios neoyorquinos de Westchester, Rockland y Putnam poseen licencia de armas, una estadística terrible: uno de cada 23 adultos.
El próximo asesino en Estados Unidos puede ser el vecino de la puerta de al lado.
La angustia y la paranoia pueden así estar justificadas, pero la tenencia ilimitada de armas en manos de civiles, contribuye en demasía a crímenes como el de Sandy Hook, en una sociedad irracional, violenta y de alta tendencia delictiva.
Ojalá la iniciativa de Los Ángeles tuviera la respuesta adecuada de la inmensa mayoría y de todas las ciudades y poblados de ese país, que lamentablemente, más temprano que tarde escuchará de una nueva tragedia americana.