Recientemente escuchaba en el programa Haciendo radio la entrevista realizada a una alergista, quien exponía calificados criterios relativos al aumento y causas de la aparición de forúnculos en personas jóvenes que acostumbran a rasurarse casi todo el cuerpo.
La mencionada enfermedad de la piel, que muchos conocen como «granos», se caracteriza por la infección bacteriana e inflamación del folículo piloso (lugar donde nace el pelo), con producción de pus y muerte del tejido.
Durante la transmisión radial la especialista rememoraba la experiencia vivida en una guardia médica, cuando un joven desconocido y con cara de estar muy preocupado le pidió la prescripción de un medicamento para tratarse unas lesiones de la piel. Ya él había experimentado —sin resultado alguno— con diferentes cremas; todas, sin ser consultadas por un facultativo. Al examen físico presentaba el tórax completamente afeitado, forúnculos de varios tamaños y diferentes estadios.
Pueden suceder hechos parecidos a estos, pues estamos viviendo una especie de devoción lampiña que, como moda, triunfa desde hace algún tiempo entre ciertos jóvenes.
Para los médicos, esta técnica de eliminar el pelo de algunas partes del cuerpo no ha sido beneficiosa. Hace unos años se empleaba asiduamente como parte de la preparación de algunas intervenciones quirúrgicas y partos. Por suerte, en la actualidad se abandona en la mayoría de los centros asistenciales por razones científicamente fundadas.
Y es que el rasurado, a pesar de favorecer una sutura más fácil, dejaba de ser conveniente al provocarse pequeños desgarros cutáneos con el consiguiente riesgo de colonización por temidos microorganismos patógenos como el estafilococo.
De hecho esta bacteria ha centrado de manera alarmante la atención de la comunidad médica por su creciente multirresistencia a muchos antimicrobianos. Y junto a su gran infectividad e invasividad, el riesgo de contagio se ha extendido más allá del medio hospitalario.
También muchas vacunas contra este germen han dejado de ser efectivas. Su causa son las constantes mutaciones observadas por estos, por lo que se ha tenido que acudir a otras alternativas terapéuticas, cada vez más costosas.
Pero volvamos a retomar el acto de afeitar. Aunque muchos no lo crean, es un proceso complejo donde se debe obrar para lograr la eliminación del pelo indeseado con un mínimo daño del sustrato de la piel. Sin embargo, a pesar de los extremos cuidados, siempre va a ser inevitable —al menos— una imperceptible lesión o herida.
Las razones son variadas. Si de cada región del cuerpo humano analizamos el perfil y el tamaño del vello, así como también la piel, descubriremos grandes diferencias: no vamos a encontrar el mismo grosor ni el ángulo de elevación del pelo, como tampoco similar textura de piel y flora.
Por eso, al utilizar la misma cuchilla en diferentes partes del cuerpo —como bien señaló la especialista— existe mayor riesgo de aparición de forúnculos.
Otros factores son la calidad del instrumento empleado y la pericia de quien las manipula. Veremos asimismo variaciones interpersonales en cuanto a la frecuencia, la dirección, la velocidad y la fuerza que se emplea en el rasurado.
Y no son solo forúnculos lo que se describe como complicaciones: se pueden observar otros daños como el desarrollo de una piel más áspera y seca, enrojecimiento, puntos rojos (como picadas de mosquito), pequeñas heridas que se pueden infectar, sensación de ardor y picazón.
Después de tantas evidencias adversas, no procuramos forzar una impugnación a esta moda juvenil, y sí estimular a la reflexión. Ya han sido presentadas las pruebas que podemos emplear para ponderar responsablemente, como si fuéramos los brazos de una balanza: por un lado, el peso de las cosas buenas; y por el otro, el de las dañinas.