Ver aquello nos rompió el alma en varios pedazos. Era un niño de unos 11 años que, esperando la consulta junto a su padre, hacía las cosas más tremendas que uno pueda imaginar.
Gritaba, lloraba, se quitaba los zapatos... mordía. Su progenitor tuvo que llevárselo para una esquina ante la mirada curiosa de decenas de personas que aguardaban su turno para distintos galenos.
Yo estaba allí, en la Clínica de Especialidades de Bayamo, al lado de Osviel Alejandro (mi bebé de siete meses) y de mi esposa, Susana. Y calculé el dolor infinito de ese padre que no podía hacer nada ante la enfermedad de su hijo.
«Fue una fiebre de 40», le escuché decir. «Tenía un año cuando le dio y desde entonces está así», agregó el dolido papá.
En un momento de descuido el niño hizo como que cabalgaba y le fue encima a una mujer. El padre tuvo que salir corriendo velozmente para agarrarlo por la espalda y controlarlo ante el susto de la señora. «Me tiene loco», dijo con el corazón desgarrado.
Después de buen rato los llamaron a la consulta de Neurología y al tiempo que se alejaban de la sala de espera casi todos infiltraban en los temas de conversación aquellas duras escenas.
Como nosotros pasamos después, alcanzamos a escuchar otros trozos de la historia cuando el padre le contaba a la doctora. «Por poco se tira hoy por la escalera», narraba.
La doctora y otra muchacha que al parecer se está especializando en esa rama de la neurología infantil les hablaban de la conveniencia de sedarlo y de las medicinas más efectivas para eso.
En un instante, cuando el infante intentaba agredir a la médica más joven, el padre hizo otra revelación que nos conmovió: «La mamá le tiene miedo».
Nos cruzamos con ellos en la puerta y supe, al preguntarle, que vivían en Cacique Hatuey, un caserío a unos 18 kilómetros de Bayamo que debe su nombre a una escuela de instructores de arte.
En la consulta nos enteramos de soslayo de que el paciente de esta historia probablemente había sufrido una meningoencefalitis. Es decir, una infección combinada de las meninges con una infección o una inflamación del cerebro.
«Recuerda que ellos viven muy lejos... a saber qué pasó con aquella fiebre», le decía a su colega la doctora moza.
Le hicieron la consulta a Osviel junior; y nos fuimos de la clínica conmovidos y tristes, pensando en las duras pruebas que nos pone el destino, en la vida extraordinaria que tiene esa pobre criatura cuyo nombre nunca supimos, y sobre todo en la fuerza que ha de tener su padre, que, como tantos en el mundo, es más que puntal y brújula, más que Sol y vigor para su hijo.
¡Cuántos otros padres han sido refugio, «maternidad», horizonte, árbol y manantial más allá de consultas constantes o circunstancias extremas!
Pensamos en la frase del poeta alemán Friedrich Schiller: «No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos». Reparamos en la voluntad tremenda de ese padre para ver crecer cada día a su adorado retoño entre lágrimas y suspiros.