Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El pueblo es el pueblo

Autor:

Alina Perera Robbio

Marcha compacta, arrolladora, rápida. Tan solo hora y media duró el desfile en La Habana con motivo del Primero de Mayo, presidido por el compañero Raúl.

Parecía no haber nada nuevo esta vez para esta reportera apostada en el mismo punto visor de hace tantos años. Era el acostumbrado paso alegre, pacífico, el invariable apoyo de una multitud colgada de la existencia, jamás tomada por la indignación que a tantos, en otros lugares del mundo, mueve a las calles en esta hora de homenaje sindical.

Pero estaba en un error si pensaba estar asistiendo a una suerte de leitmotiv de la Revolución: «El pueblo es el pueblo», susurró un amigo entrañable al tiempo que sugería desmenuzar las partes diminutas de un mar de seres donde nace el milagro de nuestra pervivencia.

Entendí en un instante lo que él me estaba recordando: en esa «masa» —que nunca será amorfa— se daba en la mañana de este martes esa reafirmación feliz que habita en la dimensión de lo simbólico. Y es esa, al mismo tiempo, la humanidad insular donde palpita, todos los días, un aluvión de certezas y preguntas, de caminos largos y de atajos, de previsiones y contingencias, de lucha a brazo partido (como nos enseñó Martí) contra el odio y otras miserias que acechan con devorarnos el espíritu.

He escuchado muchas veces, en varios momentos históricos, que Cuba está en su momento cardinal. Suele decirse eso de la coyuntura última. Ahora, sin dudas, eso puede decirse con particular intensidad: el país se sumerge en cambios profundos, y el pensamiento de sus protagonistas está llamado a estirarse y a dar saltos de atleta olímpico. La gente lo sabe, y apuesta a evolucionar sin que la sociedad pierda el centro de masa donde habita la paz, esa paz tan mancillada en otros sitios.

Teniendo de su lado lo grande —que suele ser lo intangible, que son las claves aprendidas en todo este tiempo, con las cuales luchar y vencer, y que son las conquistas que han hecho al ser humano lo más importante—, el cubano se dispone, ya está en eso, a remover todos sus escenarios concretos, para ir haciendo la sociedad que necesita y quiere.

Desfila ante los ojos expectantes del mundo. Y mientras, sabe que la batalla casa adentro es dura (y en ella se decide todo destino); sabe que el «socialismo» de su terruño pasa, para ser verdad que desborde todo cartel, por funcionar, por crear, por participar, por premiar y bendecir a quienes fundan, proponen y aportan. Pasa por hacer posible la dignidad plena del hombre, un hombre genérico que debe sostener su vida a través de su esfuerzo honesto y no de escaleras turbias que algunos han intentado legitimar en tiempos de crisis.

«El pueblo es el pueblo». Lo decía mi amigo por ese torrente que ha saludado de corazón a sus dirigentes, y que confía en ellos, que les ve como cómplices para enderezar lo que anda mal, para resolver ecuaciones tan complejas como la de levantar la productividad, acorralar las ineficiencias y las trampas, terminar de una vez y por todas con la dualidad monetaria y otras dualidades preñadas hoy de contradicciones y sinsentidos.

Lo más novedoso este Día de los Trabajadores en la Plaza se movía detrás de las frentes y los pechos de cada cual. Lo nuevo es que difícilmente alguien leyera una frase que se hizo notar en la celebración —«preservar y perfeccionar el socialismo»— y no haya hecho su lectura inteligente, nada cómoda sobre cómo llenar esas palabras con la vida.

Y si hubiese que anotar como novedoso algún detalle apreciable a ojos vista, hablaría de la conga que desde el lugar del coro y la banda de cada año amenizaba el paso de los cubanos: nunca había escuchado tambores tan fuertemente estremecidos por manos jóvenes; nunca había visto a los coristas bailando. Era una alegría desatada, que se mezclaba con la evocación de quienes lo dieron todo por el presente. Se iba de la marcha a la conga, en un claro mensaje: sería imposible dar batalla desde el aburrimiento y la tristeza, desde el bostezo y el miedo.

«El pueblo es el pueblo». Cierto. Y es el de siempre. Pero por fortuna siempre renovado, siempre bueno, siempre cristalino, dispuesto a jugarse el todo por el todo.

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