Todos sucumbiremos igual. Pero los países pobres perderán de manera más injusta, pues poco hay por hacer que esté en sus manos.
Una semana después del extendido y, al propio tiempo precipitado cierre de la XVII Conferencia de Cambio Climático de Durban (COP 17) —se llegó a rúbricas cuando muchos de los distintos representantes nacionales tenían el gabán colgado del brazo y otros se habían marchado ya—, sus ecos no se han apagado.
Los acuerdos, logrados —como graficaron muchos— «contra el reloj» en las últimas 48 horas de una reunión que se extendió dos días más de lo programado por la ausencia de consensos, siguen sobre la palestra… Y no precisamente porque continúe el análisis de los postulados que, valorados de manera antagónica como pocas veces, provocaron comentarios que fueron desde los que, optimistas, los consideraron un «éxito», hasta quienes los calificaron de «total fracaso».
Sin embargo, no son los documentos en sí. Es la misma vida la que vuelve a poner en tela de juicio los alcances de la cita.
Urgida e impotente ante los inmensos desastres que dejaron las lluvias del mes de octubre en sus países, Centroamérica, apenas unos días después del cierre en Durban, exhibe el peligro y desamparo bajo el que sufren muchas naciones el recalentamiento del planeta.
Por decisión propia —la convocatoria la hizo el Sistema de Integración Centroamericana (SICA)— el istmo acaba de sostener esta semana una reunión para reclamar apoyo tras los desastres. ¡Así fueron de cuantiosas las pérdidas! Según la CEPAL, su resarcimiento demandará más de cuatro mil millones de dólares.
Pero, consciente de que el fenómeno se va a repetir, han ido las naciones centroamericanas más allá. El denominado Grupo Consultivo que se reunió en San Salvador hace dos días, no solo busca la reconstrucción después de las precipitaciones sino, además, pertrecharse de mecanismos para enfrentar las que vendrán. Porque se trata de apenas un botón de muestra de las secuelas que está dejando el cambio climático.
Los desastres están teniendo un efecto multiplicador, intensificador y magnificador asociado a ese proceso y, por lo tanto se requiere una nueva visión y una nueva estrategia, reclamó el presidente salvadoreño Mauricio Funes, quien llamó una vez más a la responsabilidad compartida y diferenciada entre todas las naciones del orbe.
Así, otra vez, el dedo estaba sobre la llaga que duele a tantas naciones y que no recibió siquiera una cura de mercurocromo en la Cumbre de Durban, sino apenas la promesa de que se le pondrá.
Si bien la cita salvó que continúen las negociaciones para luchar de manera efectiva por frenar las emisiones de gases contaminantes, también es cierto que el cónclave no aportó nada sustancial en materia de compromisos, en contante y sonante.
Es un logro, en verdad, que se decidiera finalmente que haya una segunda etapa del Protocolo de Kioto cuando culmine el período fijado hasta 2012 —una exigencia planteada por los países pobres. Pero los términos que regirán el pacto enrolarán nuevamente en tensos debates a los egoístas países industrializados que siguen sin asumir sus compromisos como los mayores contaminadores, y al mundo subdesarrollado. Las pautas deberán decidirse en la próxima reunión, fijada en Qatar, y es muy probable que de acá a entonces los industrializados sigan en lo mismo. De momento, solo el 15 por ciento de las emisiones está controlada. Los países industrializados, responsables del 75 por ciento de las emanaciones, siguen por la libre.
También es un punto a favor que se decidiera la conformación del llamado Fondo Verde que debe auxiliar a los países pobres a desarrollar fuentes de energía limpia. Pero no quedó establecido de dónde saldrán los aportes de dinero.
Mucho más problémica e injusta puede resultar la llamada hoja de ruta según la cual se trazará a partir de 2015 un programa de reducción que tal vez sería legalmente vinculante e incluiría a todas las partes. Mas el primer punto en contra podría ser que al incluir a todos —ricos y contaminadores (¡al fin!) junto a los pobres—, las metas no distingan entre unos y otros, lo que volvería a echar por tierra el tratamiento diferenciado que merece y exige el mundo subdesarrollado. Por otro lado, está la incertidumbre de que se logre… ¡y la lejanía! Solo se instrumentaría en 2020.
Sin embargo, según los expertos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático que sesionó en Durban, sería necesario reducir en un ¡40 por ciento! las emisiones globales para ese año, si quiere evitarse que la temperatura aumente otros dos grados Celsius.
Han hecho bien los centroamericanos en buscar sus propios mecanismos de defensa, aunque poco podrán por sí solos. El planeta sigue siendo destruido… mientras los países responsables, en lo que llega la reunión de Qatar, se toman otro respiro.