De solo pensar que no tenemos otra alternativa que emprender un trámite, a cualquiera se le pone la piel de gallina. Inevitablemente contrariados, acompasamos la cabeza y los latidos del pulso se aceleran. Porque no es para menos la tamaña empresa por delante, entre desplazamientos, vericuetos, desorientaciones, desencuentros, frecuentes maltratos y, sobre todo, el despilfarro de tiempo de nuestras vidas, y de dineros del bolsillo.
En verdad los trámites constituyen mecanismos organizativos indispensables para la regulación de las relaciones entre la ciudadanía, las instituciones y la legalidad de cualquier Estado. Pero cuando pasan por la mediación de la burocracia, ese ogro canalla, sobreviviente mimético, que nos viene desde la España colonial, se envileció más en la república corrupta, y todavía lanza zarpazos, lo necesario se convierte en calvario.
Tal parecen destinados a desatar malestar, irritación, amargura y frustración como si no fueran bastante las tensiones derivadas de nuestras circunstancias económicas. No importa de qué gestión se trate, el trámite se compone del mayor número de papeleos posibles a inventar, los más contradictorios entre sí y visiblemente innecesarios, de repeticiones y vueltas a comenzar porque les faltó alguna quinta pelusa, de trayectos de ida y vuelta de un funcionario a otro, de citaciones fallidas porque el documento no estuvo listo y la persona solicitante dejó de trabajar y se trasladó inútilmente desde largas distancias, con las conocidas limitaciones de transporte.
En estos procesos interviene mucho la sensibilidad y preparación de quien atiende directamente a la ciudadanía, pero ello por sí solo no basta si su labor se enmarca en las aberraciones introducidas por los sistemas burocráticos, que plasman la realización de su poder en demorarlo todo para justificar plantillas y hacernos sentir que dependemos de sus burócratas, que nuestras vidas están en sus manos, indefectiblemente.
Y hay algo más, que es un secreto a voces: los trámites expeditos, bajo la mesa y en la trastienda, gratificación por medio. Quienes esperan en una cola disciplinadamente, han visto llegar hasta el cansancio a otros que entran raudos en oficinas, y salen pronto y orondos, papeles en mano. ¿Por qué —por citar solo un ejemplo— la ejecución de una permuta, o legalización de un derecho de propiedad de vivienda para unos corre como seda y para otros lleva meses? Aquí cada cual tiene el derecho de sacar sus propias conclusiones.
Parece que va siendo hora de revisar en su totalidad nuestra irracional tramitología para que sus métodos se tornen más precisos, asequibles y simplificadores; para que la población sufra menos, para que se le respete su tiempo. Entretanto no se consigan esos objetivos tal vez se deba pensar en aplicar inspecciones y canalizar consistentemente las numerosas quejas de la población «al pie de cola», las cuales encuentran asidero en la correspondencia con los medios, que siempre estarán disponibles.
Los trámites innecesarios, por engorrosos, representan un lastre para un nuevo escenario económico y social que exige eficiencia y racional flexibilidad.