Caminar. Así de simple y de profundo. Así de inquieto y lúcido. Así de brioso y genial. Caminar sobre las huellas del ayer, abrir los ojos ante cada paisaje para luego imaginarlo tupido por la maleza de hace 50 o más años.
Caminar entre lomas y ríos, entre cañas y guardarrayas, a la escucha de algún sinsonte cantor que quiera regalar su trino, con el viento batiendo de frente todo el tiempo. Caminar mientras va asomando el indicio, mientras oscurece y amanece otra vez, y más nos convencemos del camino.
El acto físico no es otro que ese espontáneo atrevimiento de echar a andar las piernas por un trillo, pero los pasos no serán mañana para ellos simples pasos, sino saltos, impulsos que pondrán en guardia la nostalgia, anécdotas compartidas y animadas por el deseo de volver, y de volver en el recuerdo a caminar.
Desde hace algunos meses, en Camajuaní un grupo de pioneros de noveno grado, guiados por los entusiastas profesores Dunia y Panchín modelan, en viaje seguro y a corazón latente el día 5 de cada mes, una ruta exaltada y gentil en nombre de los Cinco.
Puente y abrazo a la vez es la hermandad despierta de estos adolescentes por tan noble causa, gracias a la vocación de dos maestros que han concebido su magisterio unido a la vida, tan dúctil como la química propia y necesaria de cualquier enseñanza.
Y en ese afanoso itinerario de andanzas cubanísimas que rebasan el aula para deslizarse por distintas geografías, va escudriñándose la patria chica y redescubriéndose cada retiro memorable, al tiempo que avanza y se comprende mejor la cabalgata.
La historia es la aliada más capaz, la dueña del pretexto y la iniciativa, la acompañante de todo aquel que testimonia con la palabra in situ, como ese guajiro que desgranó sus anécdotas sobre el paso inolvidable de Camilo por esta zona del centro de la Isla, en aquellas horas previas al enero triunfal en que la Revolución estaba casi asomando la cabeza.
Hasta las ruinas del antiguo ingenio La Matilde, cuya presencia en las afueras del pueblo permite conjeturar todavía tristes pasajes de la opresión esclavista por estas tierras, llegarán en su próxima expedición estos muchachos que apenas rozan los 15 años, pero que poco a poco han aprendido a equilibrar con el alma las ampollas y el cansancio que se siente por debajo de viejos tenis o empolvadas zapatillas.
Para ellos el aliento es un soplo solidario, criollo, cargado de identidad y pericia, exquisito por sus esencias, visionario por el valor de pensar con la libertad como bandera, imitable hasta por la inmensidad del gesto mismo.
La inspiración es más profunda todavía, lleva consigo los destellos del genio que va madurando con la edad, y el desvelo de una juventud por venir que se entrevé desde ya palpitante y apasionada.