No fue vestida de Papá Noel, pero la secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, llegó con el saco repleto a Paquistán. Tal vez se le vio algo cansada; a fin de cuentas, la promesa de una «ayuda» de 7 500 millones de dólares debió pesar. Sin embargo, sus fuerzas fueron suficientes para exigir algunos favores a cambio de tan abultada suma a la nación asiática.
Al parecer, a EE.UU se le fue por encima el costo de matar civiles paquistaníes con los bombardeos de sus potentes drones (aviones no tripulados) en las zonas tribales del noroeste del país, en su intento de aniquilar a los insurgentes afganos, quienes supuestamente se refugian en esa zona fronteriza. Solo en 2009, EE.UU. realizó 44 incursiones en territorio paquistaní, con un saldo fatal de 700 civiles inocentes. En lo que va de año, la cifra de muertes supera ampliamente el centenar.
Ahora tratarán de mostrar al pueblo de Paquistán lo mucho que se preocupa Washington por sus aliados estratégicos, porque ya bastante han tenido con esa guerra que les toca de refilón, pero en la que han puesto sus muertos.
Los autorizados millones deberán ser destinados «en teoría» a construir durante los próximos cinco años hospitales, carreteras, escuelas, etc., así como a aumentar el acceso a agua potable y electricidad, conceder créditos a pequeños empresarios y desarrollar proyectos de renovación tecnológica.
Mientras, los paquistaníes deberán pagar con un mayor compromiso en la denominada cruzada antiterrorista de EE.UU. O sea, no basta con que Islamabad tolere las incursiones aéreas en su territorio, mire de lejos cómo matan a sus ciudadanos y se limite a alertar el crecimiento del sentimiento antinorteamericano entre la gente común. Deberá hacer más, o… ¡nada de los billeticos verdes!
La apuesta de la Casa Blanca es ganarse los corazones de los paquistaníes, aunque ello no incluya dejar de matarlos en la convulsa frontera. De cualquier manera, tiene claro que difícilmente puede salir del atolladero en el vecino Afganistán, si no cuenta con la colaboración de Islamabad.
«Este es un compromiso más amplio del que jamás hemos tenido, es una inversión a largo plazo en el futuro de Paquistán», manifestó la secretaria de Estado. Y ya sabemos de qué se trata todo: «¡A Dios rogando y con el mazo dando!», como reza el viejo refrán.
Según analistas, este nuevo paso de la administración Obama forma parte de un intento de convencer a Paquistán de que la alianza con Washington no se limita al presunto enfrentamiento al terrorismo. Durante años, la Casa Blanca ha gastado millones de dólares en ayuda militar a la nación asiática y, por consiguiente, ha presionado para que el ejército paquistaní los apoye más seriamente en la eliminación de los talibanes, supuestamente refugiados en las montañas fronterizas. No importa que perezcan también en esas acciones civiles paquistaníes.
Ahora pretenden que los nuevos 7 500 millones borren ese pasado reciente y, además, que los nativos sean obedientes y no hagan mucho ruido cuando las bombas estadounidenses dejen su saldo de «daños colaterales». Incluso que se estén quietecitos cuando su propio ejército se enrole en la caza de insurgentes afganos, y en esas operaciones perezcan «algunos» civiles propios. Total —deberán pensar por fuerza—, son más los que se benefician con los hospitales, las escuelas y las hidroeléctricas conseguidos con esos millones (suponiendo que tal sea su destino final).
Una vez más la «ayuda» condicionada sale a socorrer a los estrategas made in USA. Una carta que sacan de debajo de la manga en todos los continentes: no importa mucho soltar los billetes, si se trata de garantizar sus intereses. Olvidan las tantas familias truncas, los muchos sueños deshechos. Escapa de sus «sensibilidades» que los pueblos tienen memoria, y esa no se compra. Habrá quienes se plieguen, pero a juzgar por el panorama, no serán muchos los que salten de alegría con el intento de Navidad anticipada… y forzada.