En dramática pelea contrarreloj, en la que le puede ir la vida misma, una saharaui llamada Aminatu Haidar protagoniza, en el aeropuerto de Lanzarote, Islas Canarias, una huelga de hambre que lleva ya una veintena de días por defender contra viento y marea su identidad nacional.
Más que el reclamo legítimo a volver a reunirse con sus hijas en el territorio ocupado de Sahara Occidental, de la que fue expulsada por la fuerza, lo que resurge a la superficie es la vergüenza de que todavía en este siglo XXI permanecen naciones pendientes de descolonización, a despecho de una, incontables veces demostrada, aspiración popular.
A la luchadora independentista se le quiere imponer como condición que en los trámites migratorios de reingreso al suelo natal declare una nacionalidad, la marroquí, que no es la suya, por lo que en medio de cabildeos diplomáticos entre algunos actores responsables de la tragedia saharaui, para encontrar una solución, haya exigido con firmeza un retorno «con dignidad» hasta las últimas consecuencias.
Para la ex potencia colonial española que, cuando menos, actuó con ligereza en 1975, frustrando el camino hacia la autodeterminación descolonizadora al abrir las puertas a una invasión masiva y expansionista, el drama en Lanzarote reaviva una vez más la memoria histórica, la responsabilidad por permitir aquellos vientos que trajeron las persistentes tormentas de hoy, las cuales no son precisamente de arena.
La ONU, que ha visto naufragar un plan que ella misma adoptó en los años noventa para que la población saharaui se pronunciara libremente sobre su futuro mediante plebiscito libre, comenzó a tomar cartas en lo que ya se denomina «caso Aminatu Haidar».
Desde Washington se emiten algunas tibias voces de «preocupación» por la suerte de la luchadora, pero a la luz de las frescas experiencias en Honduras, con todo conocimiento de causa se podría sospechar la probabilidad de que se trate solo de un pronunciamiento para las candilejas mediáticas, mientras en el trasfondo real y concreto se cueza una fórmula mediatizada sin dignidad, que obvie la esencia del conflicto.
Será difícil soslayar el enorme peso de los coincidentes o convergentes intereses geopolíticos y económicos de los Estados involucrados en allanar o más bien retardar una solución justa y duradera del caso colonial del Sahara occidental. En ese contexto, tampoco debe resultar conveniente la fuerza simbólica que adquiere el reclamo en Lanzarote, y la solidaridad mundial que ha desatado, y con ello la visibilidad de un problema acallado por los medios poderosos.
La nación saharaui vibra en el pueblo del que surgió Aminatu, entre los refugiados en la frontera argelina, quienes pese a penurias y sufrimientos demasiado prolongados mantienen vivo el fuego de su identidad, entre los luchadores independentistas, con los que compartir alguna vez constituye un privilegio moral, un poderoso aliento.