Una y otra vez la inconfundible resonancia de la tosedera, que estremece en las circunstancias actuales, se hace sentir dentro del ómnibus. Los que están alejados de los pasajeros afectados, ladean discretamente la cabeza para identificar a quienes tosen y ver cómo lo hacen.
Entonces, en vez de exhortarlos a que se cubran la nariz y la boca con un pañuelo o lo hagan en la manga de su camisa o en el ángulo del codo, empieza un murmullito sobre que a ese paso la gripe los afectará a todos.
La gente teme una reacción descompuesta si le llama la atención, aunque sea de la manera más amable posible, a alguien que no conoce. Y ese temor, como en tantísimas otras cosas de la vida, sustenta el enraizamiento del desatino a la vista pública.
Recurrí al ejemplo del ómnibus. Pero en otros lugares la gente tose y tose y pocos se tapan la nariz y la boca, una cuestión elemental debido a que el virus de la influenza A (H1N1) puede contagiar hasta a un metro de distancia.
Cuesta cambiar las costumbres de un día para otro, aun ante el real peligro de la contaminación a causa de la tos o del estornudo. Porque siempre resulta desagradable toser, prácticamente, arriba de los demás. Esto denota una falta de educación.
Los incrédulos abundan. El besuqueo a manera de saludo continúa entre los jóvenes, los mayores, y entre estos y los niños, cuando incluso se recomienda evitar dar la mano al saludar.Así algunos no tienen en cuenta las advertencias de Salud Pública. Como si fuera poco, ciertos padres con sus hijos menores de cinco años asisten a fiestas y otros lugares muy concurridos, a pesar de que los niños aparecen entre los más vulnerables al virus.
Hay otras incongruencias sobre lo que aconsejan las autoridades sanitarias y concretan las instituciones, empresas y organismos. Se ha dado el caso de reuniones en lugares estrechos y cerrados en los que, literalmente, no caben los convocados.
Hay que evitar la aglomeración de personas en vez de propiciarla; abrir puertas, ventanas y estar al tanto de los que llegan con gripe para saber si les dio fiebre o si fueron ya al médico.
Parece que no resulta tan obvio que corresponde a las dependencias estatales cumplir estrictamente las regulaciones de Salud Pública a fin de contribuir a frenar o cortar las epidemias que nos azotan.
Los incrédulos, esos que no hacen mucho caso a las medidas preventivas, se exponen ellos y con su insensata conducta arriesgan a los demás. De ahí la importancia vital de que todos los llamemos a razonar para que asuman un comportamiento cabal.
A las administraciones incumbe, además de asumir con seriedad y rigor lo establecido, cerrarles el paso también a estos que viven bajo nuestro mismo techo, y exigirles que se atengan a las normas para una sana convivencia.