Cuando aún se escuchan los ecos del XV Campeonato Mundial de Boxeo, que acogió la ciudad italiana de Milán, hoy JR responde emails y llamadas telefónicas de nuestros lectores, ora en apoyo, ora en desacuerdo con la actuación cubana.
Tras la ausencia de Cuba a la justa orbital de Chicago 2007 y el regreso sin títulos de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, los fanáticos en la Isla presagiaban una cosecha superior.
Si nos guiamos por los dígitos, la cosecha cubana de un título, una medalla de plata y dos de bronce, parece «anémica» como nunca antes.
Pero les recuerdo que la porfía se tornó en extremo cerrada, pues nueve países se repartieron las 11 coronas áureas y solo la potente escuadra de Rusia, e Italia, pudieron firmar dos títulos, que las auparon al primer y segundo lugar, por ese orden. Cuba terminó tercera, igualada con Uzbekistán.
Cuba participó con un joven equipo, cuyos 11 miembros debutaban en justas planetarias y tres de ellos no rebasan los 20 años. Y debieron cruzar puños frente a oponentes con avales de campeones mundiales, olímpicos, europeos y asiáticos. Pero, la otra «cara de la moneda», es que cinco de ellos ya habían escalado al podio de premiaciones en la cita china y se ubicaban entre los primeros del ranking mundial.
Súmese a ello que, la inmensa mayoría, participó en la tradicional gira por Europa y en los diversos topes bilaterales frente a escuadras de primer nivel, como las de Italia y Francia. Creo, entonces, que sí hubo fogueo.
Pero hay más. Por primera vez en la historia, tras finalizar un ciclo olímpico no se apreció fuga masiva de pugilistas hacia las filas del profesionalismo, lo cual le tributó un salto cualitativo al certamen milanés. Todos ellos, con la mira puesta en la publicitada Serie Mundial, del año próximo.
Creo que este mundial tuvo «dos partes». La primera fue la maratónica fase preliminar, en la cual escalaron al ring pugilistas de escaso ABC boxístico, que solo aportaron más leña al fuego del «gigantismo» competitivo, tan repudiado por el Comité Olímpico Internacional. Cuba la cerró con cifras que frisaron los límites de la excelencia: 22 triunfos, dos derrotas y nueve hombres en los cuartos de final en busca de medallas de bronce, so pena del evidente despojo que sufrió el mediano Rey Eduardo Recio.
Pero «se cerró el cuadro», quedaron con vida los pugilistas más capacitados técnica y físicamente, y el talento de los jóvenes cubanos no fue suficiente para descifrar las pericias competitivas de sus más avezados rivales.
Estimo que solo hubo dos derrotas inesperadas. A saber, la del welter santiaguero Carlos Banteur, plata olímpica, por 2-5 frente al canadiense Mikael Zewski. En tanto, el también segundo olímpico Yankiel León (54 kg), no demostró su real hidalguía y cayó sin marcar un punto (0-5) ante el búlgaro Detelin Dalakliev, a la postre titular de ese peso.
Mientras, el mosca Yampier Hernández, el ligero Idel Torriente y el semicompleto José Ángel Larduet, cedieron en sus respectivos duelos ante el puertorriqueño McWilliam Arroyo, el italiano Domenico Valentino y el ruso Artur Beterbiev, quienes, no por casualidad y sí por el buen arsenal técnico mostrado, también culminaron con la medalla de oro en sus categorías.
Y las palmas, no solo por «sacarnos del slump» con su presea áurea, sino además por la forma en que la logró, para el ligero-welter pinareño Roniel Iglesias. Cinco combates, 33 puntos, una victoria por RSC y solo siete rayitas en contra. ¡Fabuloso!