La guagua estaba repleta y el chofer, en buen cubano, tenía «la pata caliente». Si les digo que eran las tres de la tarde deben intuir, y hasta sentir, que el calor estaba en su apogeo. Para colmo de males, la música amplificada, salida de un reproductor instalado en el ómnibus, casi rompía los tímpanos a todos.
¿El chofer? No, él iba muy contento enajenado en su «lirismo»: ¡Ay, ¿qué voy a hacer con mi vida?, padrino, quítame esta sal de encima! Así se «llevó» la parada, y vino el frenazo ante los reclamos. Desde el fondo una señora vociferó… «¡Chofer, quítame esa música de encima!»
Toda semejanza con la vida diaria… ¡no es coincidencia, sino pura realidad! Tal escena no es historia de ficción, tampoco un caso aislado. Y no solo pasa en los ruteros urbanos: las populares Yutong de ASTRO y hasta las de Viazul, empresa encargada de conectar los destinos turísticos del país, padecen de la plaga bulliciosa.
Los ómnibus son, ante todo, espacios públicos y, como todo punto «de vista» se articula «desde los oídos con que se escuche», pues resulta casi imposible complacer a cada pasajero. Lo que no tiene discusión es que el confort que supone la música como compañera en uno de estos viajes, no puede convertirse en una monstruosa tortura. Por ejemplo, imagínese tener que aguantar a Marco Antonio Solís desde La Habana hasta Santiago de Cuba, casi mil kilómetros, lamentándose a gritos por los «adornos» que en su cabeza pusieron los amores perdidos.
Pero con los altos decibeles no terminan las estrepitosas molestias sobre ruedas. Muchos de los carros en cuestión tienen acoplados televisores y tal parece que solo pueden reproducir películas de forzudos y «tira tiros» de Hollywood. O, en el peor de los casos, patéticos show de los más cursis que proponen canales «de-a-fue-ra».
Un amigo argentino, víctima en carne propia de esa «programación» nefasta, se quejaba porque durante su traslado en Viazul de Holguín a Trinidad buscaba una película, un videoclip, un programa de factura criolla, y nunca la pusieron. «Che, vengo a conocer Cuba, gloriosa por su rica y diversa cultura, y resulta que me bombardean durante horas en un bus con esa seudocultura extranjera que tiene al mundo hecho chatarra», me ilustraba el gaucho.
Resulta inaudito, realmente. También asombroso ver que desde este mismo espacio hace unos años un colega se refirió al tema (¡Hueeele a peligro! Luis Luque, 31 de agosto de 2006). «Me gustaría saber —se preguntaba entonces Luque— si en una próxima ocasión el chofer dispondrá de unas normas que le fijen el límite a la algarabía. No basta con disponer de un equipo moderno. Deben existir reglas para su uso público, y cumplirse», sentenciaba con total justeza. Y al parecer la vida sigue igual. Pero aquí estamos nuevamente, sin declinar y tratando de que, esta vez, el comentario periodístico no pase inadvertido.