Es verano, y como de costumbre, los principales clubes europeos de fútbol aprovechan el receso estival para ajustar sus maquinarias con la vista puesta en la próxima temporada.
El protagonismo de esta época de fichajes se lo ha llevado el empresario español Florentino Pérez, quien al frente del Real Madrid estremeció el mercado con las contrataciones multimillonarias del portugués Cristiano Ronaldo y el brasileño Kaká.
A ellos se han sumado el central español Raúl Albiol y el ariete francés Karim Benzema, este último como alternativa a los fracasados intentos por llevarse al goleador ibérico David Villa. Hasta que concluya la temporada de traspasos en agosto, pueden seguir llegando luminarias a los predios del Santiago Bernabeú. El delantero galo Frank Ribery, quien presiona por todos lados para que los directivos del Bayern de Munich alemán acepten la suculenta oferta del club «merengue», parece el próximo candidato.
Pero más allá de las estratosféricas sumas invertidas, a Florentino también se le cuestiona su marcada predilección por las estrellas foráneas. El lateral Sergio Ramos fue el único español entre los 17 fichajes consumados durante su primer mandato, entre 2000 y 2006, cuando gastó poco más de 422 millones de euros. Y si no «cuajan» las pujas por Xavi Alonso y David Silva, la llegada de Albiol redondearía la paupérrima cifra de nacionales, cuyos contratos llevan la firma del señor Pérez.
No obstante, el fenómeno no es exclusivo de Florentino Pérez, ni del Real Madrid, ni de la Liga española. Por ello, las máximas autoridades de la FIFA llevan algún tiempo impulsando una ley que obligaría a los clubes a alinear al menos con seis nacionales en todos los partidos.
Los objetivos, según ha divulgado la máxima organización del fútbol en el mundo, son propiciar oportunidades para los jugadores jóvenes, y lograr mayor identificación de los aficionados locales con sus equipos.
El proyecto es apoyado por la mayoría de los jugadores profesionales, pero entra en contradicción con disposiciones legales vigentes en la Unión Europea, especialmente con la conocida como «Ley Bosman», de 1995, donde se defiende la libre circulación de trabajadores dentro de los países que utilizan el euro.
Aunque son montos millonarios, los jugadores profesionales cobran salarios. No obstante, las autoridades de la FIFA se niegan a reconocerlos como trabajadores. «Es que no son obreros. Son artistas», ha dicho el presidente Blatter, quien en su defensa argumentó que en los países con las cinco Ligas más grandes, la circulación de trabajadores no excede el siete por ciento, y la de jugadores supera el 50. «Equipararlos es una locura», sentenció.
A contrapelo ha llegado la propuesta del ex astro francés Michel Platini, quien desde hace algunos años es el regente del fútbol europeo. Para él es más importante lograr los objetivos de la ley «6+5», que su implementación.
Platini defiende la obligación de contar con al menos cinco jugadores formados en las «canteras» de los clubes, pero sus detractores argumentan que ello aceleraría la contratación de muchachos cada vez más jóvenes, un fenómeno que ya golpea a los países del Tercer Mundo.
Así las cosas, la FIFA decidió en su último congreso optar por una lucha no frontal con los parlamentarios europeos, y esperar por la ratificación del Tratado de Lisboa, que contiene especificaciones relacionadas con el deporte.
Pero aunque Blatter espera que en el futuro su idea sea acogida, los especialistas en Derecho consideran que la ley «6+5», tal como está formulada, no tiene muchas opciones de seguir adelante. Paralelamente, muchos jóvenes, con el talento suficiente, esperan mejores tiempos.