Algunos enemigos de la Revolución se han aprovechado de la efeméride para afirmar que no estamos preparados para el futuro. Lo que sí podemos decirles es que somos el pueblo mejor preparado para enfrentar el porvenir, amenazado de un colapso universal en el siglo XXI, y lo haremos defendiendo de manera consecuente nuestras ideas socialistas.
Al arribar a su cincuentenario, tenemos el deber de profundizar en las razones de esta extraordinaria victoria de la Revolución Cubana. Nos proponemos iniciar este análisis con el presente trabajo.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX surgieron dos grandes procesos políticos de repercusión universal en el llamado Nuevo Mundo, es decir, en el hemisferio occidental: uno, la victoria de la lucha independentista de Norteamérica, que caracterizamos con George Washington, y otra los victoriosos combates por la liberación nacional que nos representamos en Simón Bolívar. El primero generó la doctrina Monroe y el hegemonismo estadounidense, y estaba enlazado con la defensa de la propiedad privada de raíz europea y con la esclavitud, porque dentro de este podía ejercerse la propiedad de unos hombres sobre otros. El segundo, inspirado en el ideario bolivariano, promovió los sentimientos más universales de liberación radical y universal del hombre, que se expresan en la Revolución de Haití. Esta última, como se conoce, liberó a los esclavos de forma radical, sin compromisos inmediatos como no fueran los que se impusieron desde fuera.
La historia de la gestación de la nación cubana desde finales del XVIII hasta 1868, en que nació propiamente, y su sucesivo desarrollo hasta 1898, donde alcanzó los más altos ideales con José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez como puntales esenciales, se inspiró en el principio de los próceres y pensadores de nuestra América que nos representamos en Bolívar. La lucha por la independencia de América nutrió nuestros combates contra el colonialismo español, primero, y más tarde contra el imperialismo norteamericano.
En esos cien años se gestó la nación cubana y alcanzó así la cúspide más alta del pensamiento de la cultura universal fundamentada en libertad, igualdad y fraternidad para todos los hombres y mujeres del mundo sin excepción. Esas fueron las fuentes principales de la historia de la nación.
En el siglo XX, se entrelazó con el pensamiento socialista de Mella, Villena y posteriormente de los moncadistas y la Generación del Centenario, bajo el liderazgo de Fidel Castro. Ahí está la raíz histórica de esta universalidad que tiene nuestro país. Para explicarlo podría hablarse extensamente y no puedo hacerlo en un artículo que debe ser breve, pero lo seguiré haciendo, e invito a otros muchos compañeros que estudian la historia patria a que continúen profundizando en los fundamentos de la trascendencia universal de nuestro país.
Para empezar podremos destacar cómo la necesidad del equilibrio del mundo se ha impuesto como una exigencia inmediata para salvar a la civilización de un camino hacia la barbarie —si tenemos suerte—, como afirmó alguien recientemente. Ese concepto estaba muy presente en las aspiraciones de Martí cuando afirmó en carta a Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895:
«En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder —mero fortín de la Roma americana—; y si libres —y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora— serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio —por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles— hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo».1
Es una necesidad profundizar en el tema y por ello invito a iniciar la reflexión filosófica a que nos ha convocado Fidel destacando el papel de la ética, el derecho, la educación y la práctica política para superar definitivamente el divide y vencerás de la tradición maquiavélica, por el unir para vencer que se halla en las esencias de la identidad nacional cubana.
1 J. Martí, Obras Completas. En el tercer año del Partido Revolucionario Cubano. Patria, 17 de abril de 1894, t.3