La editora Karl-Dietz Verlag está de fiesta. En los últimos días las ganancias se incrementaron y el éxito se debe a un solo hombre con un libro a cuestas. «Antes solo se vendían cien copias al año y en los primeros diez meses de este año hemos vendido 2 500. Él está de moda otra vez», reconoció Joern Schuetrumpf, director de la editorial alemana.
Nadie sabe cuántos ejemplares se venderán, ni cuál será el destino de ese interés que renace. Lo cierto es que por un buen tiempo personas de todas partes y todos los orígenes posibles irán a ese hombre para encontrar las verdades de estos tiempos y del año que está por nacer. Porque el autor que hoy llena de ansias a los libreros se llama Carlos Marx y su libro de éxito es El Capital.
«Cuando las obras de Marx vuelven a la lista de los más vendidos, significa que la sociedad está muy mal», afirmó Joern Schuetrumpf. «El caos financiero y la recesión económica son los motores de su renacimiento».
El día que bajaron la bandera roja del Kremlin y la otra Europa —la ex— dijo adiós, muchos insistieron en que el filósofo y revolucionario también estaba muerto y sus libros eran material para la arqueología. Tuvieron que ocurrir dos crisis —primero la de la burbuja informática a finales del pasado siglo y ahora esta última de las grandes hipotecas— para confirmar que el supuesto difunto guarda todavía muchas cosas por decir.
Políticos de todos los colores y hasta defensores a ultranza del libre mercado, se dirigen al pensador que le descubrió las anginas de pecho al capitalismo. Muchos de los sepultureros preguntan el porqué de este retorno y es que todavía el mundo se mueve con la lógica que, como nadie, Marx estudió: la fiebre por obtener mayores ganancias y medirte por lo que tienes y no por cómo eres.
Visto a través del tiempo parece que este hombre se encuentra destinado a salir de las sombras en las que lo quieren sumergir. Del olvido de los mercaderes y del olvido también de los que se proclaman marxistas contra todas las banderas, cuando su gran temor es, precisamente, la libertad y la irreverencia del pensamiento de Carlos Marx.
En un momento de su vida, ante las maniobras de ciertos seguidores por convertir en puro dogma su pensamiento y asegurar ideas que él nunca afirmó, Marx se mostró ceñudo y enseguida les advirtió: «Lo único que sé, es que no soy marxista».
Ahí comenzó el primer olvido. Luego llegó el anquilosamiento de su obra, lo cual no era más que el intento por despojarla de su esencia revolucionaria y lograr la comodidad en el poder de cierta aristocracia, que de izquierda y libertadora lo único que tenía eran los títulos.
Tuvo que ocurrir el derrumbe del Muro de Berlín, los espectáculos de oportunistas cambiacasacas y también la agonía neoliberal, con sus corruptos y vendedores al mejor postor, para confirmar la verdad. Que no existen verdades ni sociedades inmutables y que el marxismo no es un dogma sino una guía de acción, a la que hay que observar desde la libertad sin los barrotes de los prejuicios.
Quizá por ello América Latina reivindica como nunca antes el pensamiento de este alemán que se niega a morir. Quizá también por eso —por mirarlo desde la irreverencia— se habla de socialismo de muchos colores, pero sin perder su esencia de que los deseos de justicia siempre tendrán una bandera en el mundo.
Ahora, con este éxito editorial, los nuevos lectores corren el peligro de perderse en las digresiones sin tomar en cuenta que la obra de Marx es un canto a las cosas pequeñas y sencillas de la vida, que son en definitiva las que mueven las grandes ideas y los acontecimientos. Puede que algunos nunca lo comprendan y puede también que otros intenten lanzarlo de nuevo al olvido. Será entonces cuando, desde la eternidad, Carlos Marx se eche a reír con picardía y prepare su nuevo retorno.