Construida como un tabú por la historiografía burguesa, la racialidad fue catalogada desde el período colonial como un tema proscrito para la identidad nacional que estaba en formación. El mito del silencio sobre los temas raciales no solo constituye una mirada arcaica en sentido conceptual, sino que forma parte de una concepción caduca en su esencia filosófica y ajena a la perspectiva de la sociedad contemporánea.
Como enfoque teórico el rechazo a tratar la racialidad carece de fundamento científico, pero sobre todo representa puntos de vista absolutamente contrarios a la ideología socialista que legitima el proyecto revolucionario. El rechazo al tema forma parte de una memoria histórica avalada por tesis clasistas y discriminatorias que consideraban que la condición de cubano era competencia exclusiva de la población blanca.
El silencio ha sido también el tratamiento al tema racial en Miami por parte de los llamados cubano-americanos que siguen excluyendo a la población cubana no blanca. Allá se ha mantenido vigente la falacia de una cubanidad blanca con la ilusión de construir una sociedad sin negros en conjunción con la secuela del racismo sureño predominante en el estado de la Florida.
La Revolución Cubana con su carácter emancipador no puede arrastrar ese mito de ocultamiento temático que forma parte de la secuela del seudopatriotismo que surgió como parte del «miedo al negro» generado después del impacto de la revolución en Haití.
¿Qué aspectos del inconsciente-consciente de nuestra sociedad menoscaban aún el tema de la racialidad y lo ven como algo ajeno a la realidad cubana? Nadie quiere ser catalogado de racista, por supuesto, ni aun los precursores más cínicos de esa ideología, porque indudablemente es un calificativo desagradable que pone en tela de juicio el sentimiento de humanidad que de una forma u otra poseen casi todas las personas.
Pero eso es solo el preámbulo del asunto, pues todos y todas tenemos alguna reminiscencia como parte de la formación etnocentrista heredada de la cultura dominante. El rechazo «al otro diferente», de manera oculta o pública, forma parte de un proceso de socialización cultural «universalista» que ha tenido como protagonista social por excelencia al hombre blanco, esencia de la clase social privilegiada históricamente.
En realidad el silencio y la ausencia de un discurso analítico son impedimentos que retardan la consolidación de la conciencia social sobre el tema porque, dice Doudou Diene*: «Toda tragedia no asumida corre el riesgo de volver a repetirse».
Aquellas personas que se sienten incómodas cuando escuchan algún tópico relacionado con la cuestión racial suelen repetir enfáticamente: «no soy racista» y no quiero hablar de ese asunto. Es preciso alertar sobre el peligro de ese silencio para la salvaguarda de la Revolución. Para nuestros enemigos de siempre, el tema ha sido incluido en la agenda contrarrevolucionaria justamente a partir del silencio. Es preciso señalar el peligro político que implica ocultar cualquier consideración al respecto, porque sería ridículo sentir rubor por un conflicto histórico, pero sobre todo porque estamos silenciando también los logros, que han sido muchos.
Sin lugar a dudas se trata de un asunto complejo que no puede mantenerse invisible creyendo ingenuamente que aquello que no se menciona no existe. El silencio cancela la oportunidad de encontrar soluciones pertinentes.
Por tratarse de un tema concerniente a la conciencia social, la negación de la problemática racial lejos de afianzar la obra realizada pone en tela de juicio la veracidad de los propios avances. La racialidad es un tema que involucra aspectos decisivos de la soberanía del país, como son la unidad nacional y la continuidad de los procesos independentistas por los que lucharon José Martí y Antonio Maceo, junto a otros muchos.
Se trata de una historia que comenzó desde la sublevación de africanos y africanas en los propios barcos negreros, que continuó con la población esclavizada y negros libres, como José Aponte en 1810. Encabezada luego por Céspedes en 1868, durante diez años sin ceder, siguió durante la Guerra Chiquita y finalmente determinó el futuro de Cuba en 1895, con la inmolación de Martí. Ha sido también la lucha de Fidel por completar esa independencia soñada, haciendo que pudiéramos llegar hasta donde estamos hoy como un modelo de liberación nacional.
La gesta magnífica que hoy es ejemplo en muchas latitudes, no puede pasar por alto el tema de la identidad racial porque es parte inseparable de la justicia social. Ese espíritu libertario permanente que no solo defiende el derecho de la población cubana sino que incluso batalla por los derechos de otros muchos pueblos, también oprimidos por las políticas imperialistas. Esa voluntad de rebeldía y de búsqueda de la equidad social no puede excluir la problemática racial porque dejaría un vacío en la lucha emancipatoria.
* Director Fundador de la Ruta del Esclavo, experto de la ONU.