Para R.G.M.
Dices que las palabras no bastan. Que lo único que importa son los hechos, porque cada uno de nosotros es, por encima de todo, hijo de sus obras, de lo que va haciendo durante el tiempo en que por aquí anda.
Es cierto. Los hechos son siempre verdad, algo tangible: «contra facta non valent argumenta», advierte un proverbio latino que nos repetía en la universidad un profesor de Literatura (los hechos valen más que los argumentos). Y es también verdad que de tanto usarlas y abusarlas, muchas palabras se han vaciado de sentido, aparecen sin ser llamadas o son como garrapatas que saltan en los libros, en los periódicos, en la televisión, en las cartas, en las películas... Voces que de tanto oírlas se vuelven extrañas y estériles, aun cuando el mundo parezca girar solo en torno a ellas.
Las palabras y los hechos andan enredados en las preguntas que nos hacemos todos los días, que nos hicimos antes y estamos obligados a hacernos siempre. ¿El socialismo es una palabra o la materialización de la felicidad de la gente? ¿La Revolución es una retórica o un proyecto de índole económica —darle pan al que no tiene pan— y una rebelión contra la hipocresía que es el sustento de todas las convenciones sociales?
Responder mal estas preguntas implica pagar un alto precio. Ahí está la experiencia del llamado «socialismo real», que terminó derrumbado no solo por la presión externa, sino también por la monotonía de la existencia, el conformismo endémico, la merma de la fantasía, la extinción de la aventura y una formalización de las emociones y los sentimientos que redujo las relaciones entre los seres humanos a gestos y palabras rituales carentes de sustancia. Con el derrumbe de esta experiencia, el mundo recordó algo que ya sabía: en las antípodas de la retórica está el revolucionario, un hacedor, «alguien movido por grandes sentimientos de amor», como dijo con abrumadora sencillez el Che.
(Por cierto, hablando de él, Eduardo Galeano se preguntaba: «¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos.
«¿No será porque el Che decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será por eso que sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?»).
Pero, cuidado, amiga mía. También es verdad que hay hechos que solo las palabras propician. Cuando alguien dice «te quiero», puede que de repente se derrumben murallas que parecían infranqueables, se tiendan puentes levadizos inamovibles y un ser humano camine al encuentro de otro con los brazos abiertos. Las palabras no pueden expresar por sí solas la exacta dimensión de los hechos y a veces nos conducen al callejón sin salida de la incomunicación y de la falsedad, pero todo o casi todo lo que nos engrandece necesita de ellas. Sin las palabras, por ejemplo, no habría llegado hasta mí tu carta que clama por hechos.