Debería estar escribiendo la crónica de la presentación de un libro, pero tengo en la memoria a Cintio Vitier sentado frente a mí, cantando un trocito de la zarzuela Marina, muy bien entonada por cierto: «Dichoso aquel que tiene la casa a flote/ a quien el mar le mece su camarote/ y oliendo a brea, y oliendo a brea/ al arrullo del agua se balancea...»
«Quizá ha tenido algún mareo», dice Fina, su esposa, y ambos se miran y sonríen, cómplices, mientras yo, que he venido a felicitar a Cintio por su cumpleaños —acaba de cumplir 86—, me he quedado totalmente muda, presa de la timidez.
No puedo escribir sobre el nuevo libro de Cintio que se presentó el sábado en el Palacio del Segundo Cabo —el tomo número ocho de sus «obras incompletas», que incluye la poesía escrita entre 1938 y 1953, recogida en la antología Vísperas. Ese otro recuerdo íntimo de Cintio y Fina García Marruz anda dándome vueltas, como toda la conversación que le sucedió. Cintio habló del sacerdote y guerrillero colombiano Camilo Torres —«para mí el ideal del hombre nuevo», dijo— y Fina, de la letra de un tango, la única tonada que le escucharon cantar los campesinos de la Sierra Maestra al Che. Laurita, la nieta, peinó a Cintio como para hacerle una fotografía, y Fina rescató un verso olvidado de Gabriela Mistral...
No pasó mucho tiempo y la escena en su conjunto es simple, como una nube que pasa. Pero ante esta familia resulta fácil comprender a los antiguos griegos y romanos cuando creían que se movían entre dioses, que los dioses los asistían en todo momento y lugar, a la sombra de un árbol, junto a una fuente, en el interior denso y rumoroso de un bosquecillo, a orillas del mar o sobre las olas. La escena es simple, digo, pero de esas en la que se revela la coherencia de la Poesía, que puede ir de la hoja en blanco a la cotidianidad de la vida doméstica y viceversa; que es la punta del iceberg donde se adivina el continente invisible de la eticidad en la perspectiva de una familia cubana.
El poeta andaluz Juan Ramón Jiménez lo predijo hace casi 70 años, cuando escribió un breve prólogo en el primer cuaderno de poesía de Cintio, que acababa de cumplir entonces 17 años: «Cintio Vitier, poeta y músico, vocativo, vive y muere en Cuba existencia trascendental, cercado de completos horizontes isleños y universales con luz eterna». Lo extraordinario es que esas palabras, apretadas de intuición y de cariño, terminaron siendo verdad no solo para un joven de talento excepcional, sino para una pareja de poetas, singulares e indivisibles a la vez.
En fin, quería decirles que, cuando debería estar escribiendo del tomo 8 de las Obras de Cintio con su Vísperas, me entretuvo el libro vivo. Y me alegro.