Se arrimó a la senda derecha de la calle y se detuvo frente a la señal de Pare. El frenazo de su moto fue preciso y calculado. Todo marchaba bien y se sentía seguro llevando aquel casco sobre la cabeza. Solo restaba esperar unos segundos más. Los autos que rodaban por la senda preferencial pasarían y él podría, sin complicaciones, continuar adelante.
El motorista pensó que todo lo había hecho bien, pero aunque la teoría le diera la razón, la práctica —la vulgar práctica de irrespeto en la vía—, puso una zancadilla a su deferencia hacia las leyes de tránsito.
Cuando ya estaba a punto de proseguir la marcha, la extendida cabeza de un caballo pegado a su lado le tapó totalmente la visibilidad. Adelantó algunos pasos para poder ver; y sobrevino el trance: un auto lo impactó de costado y lo envió al hospital.
La difícil situación del transporte, agudizada por el período especial, determinó que muchos consejos de la administración provincial extendiesen la entrega de licencias a cocheros.
Del coche y los cocheros hay para escribir —y se ha escrito—: de la violencia equina, del uso de armas blancas por ciertos tripulantes, del irrespeto de las tarifas por kilómetros recorridos, de la práctica de esquivar la piquera para responder a «contratos», del orine y las heces de animales en plena arteria...
Tiende menos a reflejarse el costado bueno del asunto, el buen trabajo de muchos cocheros y la indiscutible utilidad social del servicio que prestan.
Fuentes de los consejos de administración han asegurado en determinados momentos a los medios que, si bien no constituye solución al problema del transporte, el coche contribuye a aliviarlo.
Algo inobjetable, si se tiene en cuenta que a través de ese medio circulan cada jornada en el país miles de personas.
Pero la indisciplina de algunos cocheros no puede continuar, o el esfuerzo mancomunado que la Dirección de Tránsito y otras voluntades emprenden para reducir los accidentes —con énfasis en la etapa veraniega— hará agua por este flanco.
El asunto del coche y la esquina adquiere ribetes tétricos para los motociclistas. Algunos de ellos, consultados a la hora de redactar este comentario, expresaron que temen menos poncharse que topar con un caballo atravesado en la esquina.
Con los choferes de autos y vehículos pesados sucede igual, pero de manera menos generalizada, porque la misma dimensión de no pocas calles impide que un coche y un camión —y a veces hasta un simple auto ligero— compartan la senda.
La moto y su conductor tienen las de perder en esta competencia desleal esquinera con el animal y su jinete. Lo gracioso de semejante acción es que estos no lo hacen para adelantar en la mayoría de los casos, pues el motorista siempre sale primero.
Se meten en el medio simplemente por el gusto insano de molestar al vecino de vía que va sobre dos ruedas, para irritarlo y obstaculizarle la visión por puro capricho. Resultan actitudes primarias determinadas en última instancia por la ignorancia y sentimientos miserables.
Y esta «disputa» no puede resolverse a puñetazos. La indisciplina vial se paga cara en cualquier parte del planeta debido a su alto costo humano y material. Aquí debemos ser igualmente rigurosos ante tan incivilizados procederes.