En estos días los recuerdos me conducen a revisar la prensa indonesa. Se hacen balances de lo que ha sido de la Isla de Java un año después de que un terremoto le arrancara la vida a más de 6 000 personas, en menos de un minuto.
Tampoco puedo dejar de evocar aquella página imaginada en la morada del sol, y de los mil sueños en el cráter de un volcán escritos sobre la marcha. Cómo hacerlo, cuando fueron 135 hombres y mujeres que vencieron el dolor, heraldos de la vida al fin. Era la brigada médica cubana que en solo horas se movilizó y cuando nos dimos cuenta ya aterrizábamos en el aeropuerto de Solo, bandera en mano, mochila al hombro y confianza a cuestas...
El panorama era desolador. Aquellas imágenes de ruina y devastación difícilmente desaparecerán de la memoria: las aglomeraciones de quienes lo habían perdido todo y se conformaban con sus carpas al pie de los escombros; los caminos invadidos por las cargas de provisiones; los eructos amenazantes del Merapi; las miradas asombradas de quienes veían llegar aquellos rostros diferentes con polvo del Caribe y que no necesitaron mucho para levantar dos hospitales de campaña, a tono con las circunstancias: uno Titán, el otro Guerrillero.
La tierra no dejó de temblar en los primeros días y a ratos se sentían los gritos de espanto de los sobrevivientes, temerosos de que la naturaleza los maltratara otra vez. A más de uno nos sorprendieron las réplicas en altas edificaciones y solo respirábamos cuando las paredes dejaban de moverse y los cristales de sonar. Porque la hazaña no es no tener miedo, sino saber vencerlo...
Los médicos y enfermeros cubanos se entregaron con la responsabilidad que exigió el momento. Sus historias emergieron solas, sin muchos adjetivos ni oraciones complicadas.
Así, los pobladores de Prambanán se encontraron entre dos templos: el milenario de naturaleza hindú y el de ortopédicos cubanos que devolvió incontables huesos a su sitio en intervenciones quirúrgicas riesgosas, pero satisfactorias.
Y qué decir de los más jóvenes de la brigada, recién salidos de su Facultad de Medicina, que hicieron de la medicina de campaña su otra universidad. De no haber sido por sus rostros, pocos podían descubrir que estrenaban sus batas blancas. Ya en las tardes se volvían más niños, con los pequeños de la zona, en los juegos, los dibujos, los versos.
El verdadero día en que Mariana quiso ser canción fue el preferido de algunos, sobre todo del equipo médico que asistió a la primera indonesa que dio a luz en un hospital de campaña cubano.
Otras tantas historias se fueron construyendo hasta la misma fecha en que el avión de Cubana regresó la brigada a casa. Los javaneses que los vieron ir, lloraban entre sus propios abrazos. Hoy los siguen admirando y los cuentan entre sus más sagrados héroes.
En Klaten, uno de los municipios más afectados por el terremoto, se quedó uno de los hospitales de campaña. Los pacientes siguen siendo atendidos y no han dejado de llamarle como antes, ni de recordar la proeza que allí se consolidó, aunque sus médicos y enfermeros originarios no estén.
Y ¿qué ha sido de la brigada médica, un año después? Parte de sus integrantes cumple honrosas misiones en otros lugares del mundo, otros están en la Patria, contribuyendo con su trabajo al desarrollo de nuestro sistema de salud. Y todos, listos si es necesario, a salvar vidas en nombre de la Humanidad.