Confiable es una palabra a tener en cuenta. En ciertos momentos podemos escuchar: «Esa persona no tiene problemas, es totalmente confiable». Y en serio que es para ponerse a meditar. Porque a veces saltan a la vista una serie de raseros para determinar quién es el idóneo, los cuales, en vez de aclarar, lo que provocan es una mayor confusión.
En ocasiones se aclara que uno es confiable porque, entre otras razones, es un buen profesional o resulta muy diligente en las encomiendas que se le dan («tiene pegada, la joven cumple con todo lo que le dicen», se oye) o es muy riguroso, o que —menos confesado pero siempre presente— «me cae de lo más bien, es una persona de lo más chévere».
Y no es que esté mal tener en cuenta esas variables; pero la preocupación aparece cuando se le otorga un peso demasiado grande a cualquier elemento, menos a la dimensión ética del individuo, un detalle pequeño —a veces muy difícil de aprehender—, pero decisivo en nuestra opinión.
Puede que sea una mera cuestión de estilo a la hora de mirar el mundo; pero el caso es que, cuando nos concentramos en los detalles tecnocráticos y obviamos las características humanas de las personas, comenzamos a perder la dimensión del problema y a abrirle paso a un tipo de mediocridad que se basa en las ambiciones personales y la doble moral.
No resulta un descubrimiento el saber que, en ocasiones, detrás de un exceso de celo o del afán por mostrar demasiada sabiduría en un tema dentro de un colectivo laboral, se pueden esconder sentimientos más oscuros como las ansias de poder o maniobras para mantener o elevar cierto estatus.
El problema, por lo tanto, se agrava cuando nos encontramos ante superiores que son vulnerables a la lisonja o comparten una visión demasiado pragmática u oportunista a la hora de valorar a las personas. Ello, lejos de unir, a la larga termina por crear exclusiones con sus consiguientes secuelas.
Al momento de medir a una persona, el pueblo —en su sabiduría infinita— tiene una frase lapidaria: «Ese es un hombre»; la cual, por supuesto, tiene su equivalente para el sexo femenino.
Es cierto que esas cuatro palabras también pueden ser utilizadas, en determinados estratos, para señalar la capacidad de una persona para callar y ser cómplice de ilegalidades.
Pero aquí nos interesa resaltar la dimensión emblemática de la frase, que es la de señalar a un individuo que sabe ser discreto, que se caracteriza por su vergüenza, que no comulga con dobleces y que al mismo tiempo es firme y justo cuando debe serlo.
A Ricardo Leyva, el director de Sur Caribe, le preguntaron una vez cuáles eran las exigencias para pertenecer a su agrupación, y el músico respondió: «Ser buena persona y buen músico».
Esa condicionante, en el grado jerárquico en la que se menciona, debería ser recordada a la hora de realizar las evaluaciones o de incorporar un nuevo personal. Los diplomas y grados curriculares podrán decir mucho. Incluso hasta tenemos el derecho de asombrarnos con el brillo intelectual de determinadas personas.
Sin embargo, olvidar los pequeños detalles, sobre todo el quién es quién, implicaría adentrar un lado de nuestras vidas en una suerte de ciénaga existencial. Y, ya sabe, de los pantanos en ocasiones resulta muy difícil salir.