Kamala Harris de retirada. Autor: EFE Publicado: 13/11/2024 | 02:47 pm
Mientras Donald Trump desde su cuartel general en Mar-e-Lago en la Florida va conformando un gabinete y otros cargos claves de gente incondicional a sus visiones de extremo conservadurismo que algunos llaman fascistas, en un examen post mortem, los demócratas buscan culpable ante la trifecta Trump: Presidencia, Senado (53-47) y Cámara (219-210) más 27 gobernadores.
Sin embargo, antes, la administración Biden-Harris ignoró cada advertencia que provenía del progresismo en sus filas, de sus bases y en los medios, incluso hasta alguna prensa convencional corroboraba la situación. Consecuencia, desastrosamente se precipitaron al abismo.
Ahora les llegan nuevas alertas para los días finales de esta administración, y parece que también chocan contra oídos sordos, a pesar de que el Congreso saliente comenzó a sesionar el 12 de noviembre y tendrá solo hasta el 20 de diciembre para enmendar algunas situaciones, que no son cualquier cosa, e irse al receso festivo de fin de año, que para algunos serán vacaciones permanentes, pues el 3 de enero será otro bien distinto el panorama con la 119 legislatura dominada por los republicanos.
La senadora demócrata por Massachusetts, Elizabeth Warren —a quien hace unos años se le llamó la Sheriff de Wall Street porque puso al descubierto trampas y trucos de los bancos en hipotecas y tarjetas de crédito—, ha escrito en la revista Time: «Mientras sigamos a cargo del Senado y la Casa Blanca, debemos hacer todo lo posible para salvaguardar nuestra democracia». «El líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, debe utilizar cada minuto de la sesión legislativa de fin de año para confirmar a los jueces federales y reguladores clave, ninguno de los cuales podrá ser destituido por el próximo presidente».
Una jugada de último minuto que pocos consideran que puedan dar un batazo cuadrangular y hacer carrera, porque es urgente esa activación cuando la perspectiva es que Trump rápidamente nombre más jueces federales, cuando ya tiene desde su anterior paso por la Casa Blanca la mayoría de la Corte Suprema de Justicia, lo que haría perfecta la autocracia que implantará para el conservadurismo extremo y lo que ello representa para la sociedad estadounidense.
Norman Solomon, periodista, crítico de medios y activista les recordaba a los demócratas en un análisis publicado en commondreams.org que habían repetido los errores ya advertidos en la campaña de 2016, cuando Hillary Clinton perdió frente a Trump:
«La lealtad a los poderosos es un trastorno de compulsión por repetición con horrendas consecuencias», y les aconsejaba una autoreflexión honesta y confrontar una dura verdad, «muchos ven al partido al servicio de una oligarquía rapaz y cada vez más desconectado de la gente de su propia base. El Partido Demócrata debería desenredarse –ideológica y financieramente– de Wall Street, el complejo militar-industrial y otros intereses corporativos que anteponen las ganancias a las necesidades públicas».
Por más que una buena parte de los estadounidenses pidieron en las calles y en los campus universitarios, y lo expresaban también en las encuestas que dejaran de armar a Israel apoyando el genocidio en Gaza y contra el pueblo palestino en general, una demanda que hasta segmentos importantes de los judíos estadounidenses lo apoyaban, Biden se aferró a esa alianza, obedeciendo al poder del dinero que AIPAC, el principal grupo de presión sionista cuyo objetivo es mantener el apoyo estadounidense a Israel daba para las elecciones, sin tener en cuenta que también donaban a los republicanos y desde Israel era revelador su predilección por un Trump en la presidencia. No olvidemos que en su primer mandato llevó la embajada de EE. UU. a la ocupada Jerusalén.
Por otro lado, Trump prometía acabar con el conflicto ucraniano que se está llevando una buena tajada del bolsillo de los contribuyentes, pero Biden tampoco cejaba en ese escenario que no pocos analistas militares y políticos lo consideran perdido para el régimen de Zelensky.
Otros elementos a tener en cuenta expuestos por los críticos señalan el rechazo a la injusticia económica, el racismo institucionalizado, la desigualdad de género, la destrucción ambiental y la dominación corporativa, lo cual no son problemas aportados por la actual administración, sino un mal de fondo que los cambios étnicos-demográficos estadounidenses hacen resaltar.
Tratando de despertar los sentidos de la élite del Partido Demócrata, la senadora Warren les dijo: «Trump ganó las elecciones, pero más de 67 millones de personas votaron por los demócratas y no esperan que nos rindamos y nos hagamos los muertos», en un desesperado intento de salvar aquella «democracia».
Sin embargo, esta fue reacción en el Comité Nacional Demócrata: la funcionaria Lindy Li calificó la candidatura de la vicepresidenta Harris a la Casa Blanca como un «desastre de mil millones de dólares», refiriéndose a los capitales invertidos, fundamentalmente por los grandes inversionistas en la política estadounidense.