El Pentágono, un saco sin fondo. Autor: Getty Images Publicado: 16/04/2022 | 09:32 pm
No requiere de mucha explicación. El presidente Joe Biden está montado en el carro de la guerra cuando hace la suya propia, aunque siguiendo la táctica de «la gatica de María Ramos, lanza las piedras y esconde la mano» en su conflicto otaniano con Rusia, que tiene como escenario a Ucrania. Se ha entregado plenamente, con conocimiento y asentimiento, en los brazos de los barones de la industria bélica y duerme en la misma cama que los halcones tradicionales.
Veamos algunos hechos, que dicen más que las palabras, y también algunas palabras que son aquiescencia para los hechos.
El general Tod Wolters, jefe del Comando Europeo de Estados Unidos y Comandante Supremo Aliado de la OTAN en Europa, dijo al Comité de Servicios Armados del Senado que su «sospecha es que todavía vamos a necesitar más» tropas en Europa, incluso después de que termine la guerra en Ucrania.
Para dejar claro los propósitos mediatos, el general Wolters presionó para mayores aportes militares a sus socios otanianos cuando dijo: «Tendremos que seguir examinando las contribuciones europeas para tomar una decisión inteligente sobre a dónde ir en el futuro».
Los europeos están respondiendo al requerimiento, 21 de los 27 estados miembros participan en un flujo efectivo de armas hacia Ucrania y a incrementar sus presupuestos de guerra.
El Congreso de Estados Unidos ya ha aprobado 3 000 millones de dólares para armar a Ucrania y según el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, Ucrania probablemente se convierta «en un largo trabajo» y tiene el riesgo de un «conflicto internacional significativo».
En el caso estadounidense, para su propio rearme y despliegue de fuerzas, el Pentágono necesita un fuerte presupuesto de guerra, lo que obtuvo para el año fiscal en curso, 778 000 millones de dólares, que ajustado por la inflación, fue más que durante la Guerra de Corea, la de Vietnam y toda la Guerra Fría.
Sin embargo, no dejemos que nos engañen con el conflicto ruso-ucraniano pues, según el informe del reconocido Stockholm International Peace Research Institute (Sipri), el gasto militar aumentó a nivel mundial en el año 2020 hasta alcanzar casi los dos billones de dólares, un incremento del 2.6 por ciento en comparación con el año 2019.
Más, mucho más
A pesar de la multimillonaria erogación estadounidense para 2022, esta no satisface al mandatario y mucho menos al apetito insaciable de las industrias. Biden ha solicitado al Congreso 813 000 millones de dólares en gastos militares para el año fiscal 2023, de ellos 773 000 millones para el Pentágono y el resto destinado a agencias vinculadas como el FBI y el Departamento de Energía.
En este último se alberga el programa nuclear estadounidense, que no es precisamente pacífico y exige inversiones masivas para su modernización, porque el concepto de disuasión nuclear sigue formando parte central de su estrategia militar desde que lanzaran las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Los 34 400 millones, dice un resumen del Departamento de Defensa, le sirven para «recapitalizar las tres patas de la triada nuclear»: submarinos (suculento bocado para la General Dynamics), bombarderos (los B-21 manufacturados por Northrop Grumman) y misiles intercontinentales terrestres, aunque debiera existir conciencia de que una guerra nuclear sería el fin de la vida en este planeta, donde nueve países poseen arma nuclear propia (EE. UU., Rusia, China, Francia, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y la Republica Popular Democrática de Corea), pero Estados Unidos también tiene diseminado ese arsenal en otras naciones de su alianza (Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía).
La nueva solicitud que encierra un aumento del cuatro por ciento tampoco satisface a los halcones republicanos en el Congreso, que quieren un incremento del cinco por ciento, y probablemente lo obtengan y la Casa Blanca no los contradiga, garantizando que EE. UU. siga gastando en lo militar más que el conjunto de los 11 países que le siguen en esa lista de los mayores presupuestos de defensa.
La carta china
Si la situación bélica en Europa le servía como pretexto a la administración Biden; el secretario de Defensa, Lloyd Austin, sin ningún rubor ni titubeo, sacó otra carta de la manga al presentar la Estrategia Nacional de Defensa en marzo: China, calificada como la urgencia para mantener y reforzar la disuasión porque es el «competidor estratégico más importante y el mayor reto», mientras «Rusia plantea graves amenazas, como demuestra su invasión brutal y no provocada de Ucrania». De ahí que el Pentágono quiera destinar 130 100 millones de dólares para la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, en los cuales incluyen misiles hipersónicos, microelectrónica y biotecnologías.
Entre las recientes declaraciones sobre China, el director de la CIA, William Burns, el jueves 14 de abril, en su primer discurso público desde que asumió el cargo, dijo que Beijing es «la prueba más profunda» que la CIA ha enfrentado en sus 75 años de historia y «busca superarnos literalmente en todos los dominios, desde la fuerza económica hasta el poder militar y desde el espacio hasta el ciberespacio». Burns le dio continuidad a la visión presentada por Mike Pompeo, quien fue director de la CIA y luego secretario de Estado de la administración de Donald Trump.
De nuevo se advierte que las presiones actuales sobre China y la decepción en Washington porque no logran romper la relación Beijing-Moscú no son de ahora.
Siete meses antes de comenzar la operación militar de Rusia en Ucrania, Biden prohibió las inversiones estadounidenses en 59 empresas tecnológicas chinas con supuestos vínculos militares, incluyendo el gigante Huawei y las tres mayores compañías de telecomunicaciones de la nación, una ampliación de la guerra económica que comenzó Trump y llevó a que algunos expertos alertaran de una «nueva guerra fría».
Ahora, Biden también está pidiendo 6 100 millones de dólares para la Iniciativa de Disuasión del Indo-Pacífico, un plan que establecería una red de misiles de largo alcance a lo largo de la Primera Cadena de Islas, que se extiende desde el sur de Japón hasta Indonesia, cercando por el mar al gigante asiático.
Como enunció un alto funcionario demócrata en el Senado, están inflando la amenaza china y «esto no tiene nada que ver con ninguna amenaza real. Es solo alimentar a la bestia» —y se refería a que están vertiendo dinero en un agujero sin fondo—, «los contratistas son los mayores ganadores».
El maridaje de los fabricantes de armas
No está de más recordar que Austin, típico representante del llamado «revolving door», donde los generales y otros altos mandos se quitan el uniforme y se ponen traje, cuello y corbata de elegantes ejecutivos de las empresas armamentistas y viceversa, quien fue el comandante de las tropas norteamericanas en Irak y en la invasión a Afganistán, exdirector del Comando Central del Ejército (Centcom), llegó al gabinete Biden desde su cargo en la junta directiva de Raytheon Technologies, fabricante de tecnología avanzada en el sector aeroespacial y defensa, de elementos componentes de aviones de combate, misiles, drones y de la ciberseguridad.
Raytheon, junto a Lockheed Martin, produce el FGM-148 Javelin, considerado uno de los misiles antitanque de hombro más avanzados del mundo y del que se está proveyendo profusamente a Ucrania y a la Alianza Atlántica. El otro que engorda las ganancias de Raytheon Missile System es el FIM-92 Stinger, misil tierra-aire guiado por infrarrojo, también entregado al Gobierno de Kiev.
El aumento de las tensiones, el propósito de Washington de no apoyar las negociaciones en busca de una solución diplomática y pacífica del actual conflicto, permite decir que el complejo militar industrial tenía necesidad de renovar inventarios y lo va logrando.
Me atrevería a decir que Ucrania fue la carnada para que Rusia decidiera marchar por el campo de las armas…