El magnate presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó el pasado viernes la Ley de Autorización de Defensa Nacional, o NDAA, para el año fiscal 2020, en la Base Conjunta Andrews, del ejército estadounidense, antes de partir con su familia hacia Florida donde pasarán las fiestas navideñas, esas que se dicen de «paz y de amor».
El presupuesto asignado de 738 000 millones de dólares para las guerras que libra o puede iniciar, sirve para diezmar pueblos, hacer crecer el número de los refugiados y desplazados en pueblos empobrecidos o devastados; pero, sobre todo, enriquece a las industrias militares estadounidenses. Los gastos para el año 2020 representan un incremento de 21 000 millones sobre el aprobado para 2019.
Solo ocho países en el mundo —incluido Estados Unidos— tienen un presupuesto total anual superior a esa cifra (según datos de 2017). Ellos son China, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Brasil; y esto nos da una clara visión de cuál es el mayor empeño de Washington, dominar al mundo mostrando una musculatura guerrera que nadie pueda igualar, ni siquiera en todos los capítulos y cuentas del funcionamiento como Estado.
Una novedad destaca en este año fiscal, como no le alcanzan los conflictos bélicos en el entorno del planeta (aire, mar y tierra), hay una nueva rama en las fuerzas armadas de EE. UU., la Fuerza Espacial, a la que le concede prioridad especial y con ello hace sonar las alarmas y también las condenas en muy diversas regiones de esta Tierra que en no pocos aspectos da boqueadas de enfermo grave.
China saltó de inmediato porque llevar la confrontación militar al espacio extraterrestre es una amenaza a la paz y a la estabilidad global. Las denuncias rusas son reiteradas. Pero ya sabemos qué hace Donald Trump con las advertencias de contrarios y hasta de aliados, las hace volar en Twitter con reproches, fabulaciones, amenazas y mentiras.
Y es bien sabido que este nuevo escenario se suma a la capacidad militar estadounidense en muchos terrenos a la vez, como mantener una fuerte disuasión nuclear —rompió tratados de larga data con Rusia—, protegerse de posibles ataques misilísticos implementando avanzados escudos armamentísticos en la Europa del Este, fortaleciendo sus defensas aéreas y contra supuestas actividades terroristas, también «superar» a Rusia y a China en el combate convencional, y ayudar a sembrar de su «democracia» las naciones del sur del globo terráqueo así sea con el financiamiento de golpes de Estado de nuevo tipo.
Críticas mediante a la peligrosidad de esa política y el malgasto que representa, una realidad prevalece, Trump intenta con este incremento constante del presupuesto militar, apuntalar la economía estadounidense —a la que tiene embarcada y embargada en desesperadas guerras comerciales—, y como ya dijimos, engordar los capitales de los grandes contratistas del Pentágono.