Jóvenes varones y muchachas palestinos protagonizan desde hace más de un mes un combate cuerpo a cuerpo, cara a cara, a plena luz del día. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:20 pm
Jóvenes varones y muchachas palestinos protagonizan desde hace más de un mes un combate cuerpo a cuerpo, cara a cara, a plena luz del día, con las precarias armas a su alcance: las piedras de las calles o los cuchillos de cocina de sus casas, contra los fuertemente armados soldados, policías y colonizadores israelíes, empeñados en arrebatarles los últimos pedazos de territorio de la Palestina de sus padres y abuelos, sus humildes viviendas y hasta sus sitios de culto.
La súbita ola de violencia —como la llaman medios internacionales de prensa que apenas reportan los hechos en apariencia inexplicables— arroja un saldo de 39 palestinos muertos y más de 2 000 heridos, mientras que del lado israelí se cuentan siete fallecidos y unas pocas decenas de heridos desde el 1ro. de octubre, cuando estallaron enfrentamientos en Jerusalén Este, que luego se extendieron a Cisjordania y la Franja de Gaza.
Los primeros disturbios ocurrieron a mediados de septiembre alrededor de la mezquita de Al Aqsa, sitio de culto de la mayor importancia para la población musulmana del mundo, debido a las renovadas pretensiones de religiosos ultraortodoxos judíos, que también lo reclaman como santuario de dos templos bíblicos, donde excavaciones en busca de vestigios arqueológicos amenazan con la destrucción de la sagrada instalación islámica.
En realidad, los aparentes motivos religiosos de la controversia ocultan las pretensiones territoriales y políticas de los elementos más extremistas de los partidos de la derecha sionista, que ganaron mayor influencia en los órganos de poder de Israel después que el primer ministro Benjamin Netanyahu consiguió con ellos la mayoría parlamentaria necesaria para formar gobierno, tras las elecciones del pasado 17 de marzo.
Al parecer intentan aprovechar ahora su incrementada influencia para ocupar toda la ciudad de Jerusalén, a la que proclaman desde 1980 como capital eterna e indivisible de Israel.
El proceso de limpieza étnica que lleva a cabo Israel es causante de una sucesión de guerras y agresiones —cada vez con mayor poder de fuego— que tienen hoy dispersos por el mundo a más de diez millones de desterrados y exiliados palestinos. Otros cuatro o cinco millones sobreviven como refugiados en su propio territorio, sin derechos ciudadanos, cercados en pueblos y barrios rodeados de muros de concreto, alambradas, barreras de máxima seguridad, sujetos a chequeos constantes en puntos de control militar y policial, siempre sospechosos, víctimas de detenciones sin orden judicial, encarcelamientos sin juicio y ejecuciones sumarias.
Hartos de los insultos, ultrajes, abusos y desmanes de las fuerzas militares de ocupación israelíes ocurridos a mediados de septiembre en la mezquita de Al Aqsa, donde las cámaras filmaron a soldados despojando del velo a chicas palestinas que acudían a rezar en el lugar, y hurgaban en su vestuario en busca de supuestos explosivos o armas, una nueva explosión de ira comenzó a extenderse por Jerusalén y otras ciudades de Cisjordania ocupada, hasta llegar a la frontera con Gaza.
Desconcierto en los represores
Las propias autoridades israelíes admiten que el recurso del uso de armas blancas para asestar golpes a los militares y colonos judíos no es algo orientado por las organizaciones, sino fruto de la desesperación de los residentes que no aguantan más.
En los propios medios de prensa israelíes el desconcierto y la sorpresa con las nuevas expresiones de sacrificio y martirologio de muchachos que se lanzan cuchillo en mano contra un soldado armado hasta los dientes, provoca explicaciones increíbles. «Una generación de jóvenes sin nada que perder», afirmaba uno de esos periódicos, como si la vida fuera poca cosa.
Sostienen que las medidas de seguridad son insuficientes para detener una serie de actos espontáneos, cometidos por jóvenes desconectados entre sí o con alguna organización o movimiento político, y caracterizan la situación como una espiral que puede desembocar en una nueva Intifada o rebelión palestina, o mucho más grave —según sus términos—, una guerra civil entre árabes e israelíes sin distinción.
Al respecto, el comentarista del diario israelí Maariv Ben Caspit restó valor a las medidas extremas adoptadas por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien también parece bastante desorientado y solo ordena más violencia.
A su vez, el ministro del Interior, Silvan Shalom, del propio partido Likud, de Netanyahu, acusó a los palestinos de cometer actos sin sentido. Pero a seguidas acusó de incitar a la violencia a las organizaciones políticas y religiosas que desde hace más de siete décadas reclaman la creación de un Estado palestino independiente en las fronteras anteriores a la guerra de 1967, cuando Israel ocupó Cisjordania y Jerusalén.
Israel usa el lenguaje de la violencia
Entre las medidas punitivas para los sospechosos de vínculos con los atacantes, el titular del Interior dispuso la expropiación inmediata de las viviendas y la deportación de la ciudad, así como la privación de otros derechos sociales, como atención médica en centros públicos de salud.
Ante el Parlamento, Netanyahu utilizó su lenguaje más belicoso al acusar de «asesinos e incitadores» a quienes participan de algún modo en la sublevación y los amenazó diciéndoles: «Ya verán que el terrorismo no paga».
La incertidumbre provocada por el nuevo e incontrolable desacato de los muchachos palestinos ha generado un estado de caos, al punto de que la policía reportó el martes último que un residente judío de Kiryat Ata, en el norte de Israel, apuñaló a otro judío, al confundirlo con un árabe.
La actual irrupción de rebeldía contra los ocupantes se caracteriza como algo diferente de las anteriores Intifadas, que tuvieron una dirección o guía. En este caso, estudios israelíes admiten que los jóvenes desesperados actúan por su cuenta, sin instrucciones, siguiendo sus propios sentimientos espontáneos de rebeldía, su inconformidad con un sistema de restricciones asfixiante, para el que no ven otra salida.
También se responsabiliza a los nuevos medios de comunicación, equipos de video y difusión de imágenes, videos y noticias, por medio de las redes sociales, que se captan en teléfonos móviles y otros medios digitales, en los que según ellos se difunden imágenes que glorifican la violencia y transforman en mártires a los atacantes que son ejecutados. Se habla de un movimiento de comunidades sin liderazgo, que exalta a los que mueren y se sacrifican. Al propio tiempo, también se quiere culpar a movimientos de militantes islámicos y al movimiento Hamas, al que se acusa de ser un brazo de la hermandad musulmana.
Sin embargo, ignoran que Hamas ganó limpiamente las primeras elecciones para diputados al Parlamento palestino realizadas en 2006 bajo supervisión internacional, y nunca pudo esa agrupación ejercer gobierno como debía, ya que fue vetado por la Unión Europea, Estados Unidos e Israel, que organizaron los comicios.
Resulta increíble que un analista como Daniel Nisman, presidente del Levantine Group, un centro de análisis de seguridad israelí, admita que «hay un número significativo de gente queriendo cometer ataques suicidas». Es un asunto viral —dice, utilizando el adjetivo puesto de moda por los informáticos para identificar algo que se multiplica sin control. Sin profundizar en las causas, agrega: «una persona va, resulta muerta en el ataque, entonces es glorificada, y eso hace que otros lo sigan».
Análisis de este género pretenden ignorar la historia de agresiones y despojo practicada por los gobiernos israelíes a partir de la guerra de junio de 1967, cuando el Estado sionista extendió sus fronteras a toda la Palestina histórica, e incluso a territorios de Egipto y Siria, como las todavía ocupadas alturas del Golán.
A partir de ese momento, Israel debió enfrentar la resistencia del pueblo palestino liderado por Yasser Arafat, y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). En 1993, la OLP e Israel firmaron los acuerdos de paz de Oslo, en los que la organización palestina renunció a «la violencia y el terrorismo» y reconoció el «derecho» de Israel «a existir en paz y seguridad», como un paso previo a nuevas negociaciones para la búsqueda de un acuerdo justo y duradero basado en la llamada «solución de los dos Estados», uno israelí y el otro palestino.
Todos los esfuerzos y concesiones realizados por los representantes del pueblo palestino desde entonces a la fecha resultaron estériles, en tanto Israel prosiguió su política de colonización y creación de asentamientos ilegales en Cisjordania y Jerusalén.
Los acuerdos firmados en la capital noruega crearon la Autoridad Nacional Palestina, que representa a los palestinos ante los foros internacionales. La Franja de Gaza, devuelta paulatinamente a los palestinos a partir de 1994, por conveniencia de Israel y su seguridad, siguió bajo su tutela y desde entonces toda acción de resistencia fue violentamente reprimida, como ocurrió en las llamadas guerras de 2008, 2009, 2012 y 2014.
Ante el fracaso de todas las negociaciones, el 30 de septiembre de 2015 el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, anunció ante la 70 Asamblea General de Naciones Unidas que su Gobierno se desvinculaba de los Acuerdos de Oslo en vista de los incumplimientos de Israel.
¿Qué podría venir entonces?
La respuesta de los jóvenes, a los que los medios consideran carentes de liderazgo, al parecer es la nueva rebelión espontánea, que algunos analistas estiman puede desencadenar una tercera Intifada.
Las investigaciones de la policía israelí revelan que la mayoría de los asaltantes y muertos que proceden de Jerusalén son jóvenes menores de 20 años, incluso uno de los acribillados a tiros solo tenía 13 años. Ninguno de los sospechosos arrestado tiene vínculos con organizaciones conocidas y nunca ha sido arrestado. Los que han cometido ataques lo decidieron en el momento o el día antes, sin dejar chance a prevención.
Según Orit Perlov, un experto en medios sociales árabes del Instituto Nacional de Estudios de Seguridad de Tel Aviv, los servicios de seguridad israelíes y palestinos de la ANP han arrestado a cientos de instigadores vía Internet en los últimos meses, pero eso no ha podido frenar la rebelión, porque «las ideas son inmortales. Usted puede suprimir páginas web, pero ellas se multiplicarán solas».