Poco más de tres años y medio después del terremoto y el tsunami que el 11 de marzo de 2011 arrasó con parte de la costa del Pacífico de Japón todavía pesan las consecuencias del accidente que provocó en la planta nuclear de Fukushima, el peor después del ocurrido en Chernobil en 1986.
El Gobierno japonés intenta ganar la batalla en todos los frentes, pero la crisis sigue latente. Aunque el ejecutivo encabezado por Shinzo Abe aseguró recientemente que trabajarían de forma intensa por que los evacuados retornen a su hogares, lo cierto es que aún quedan 50 000 personas desplazadas —que vivían en el radio de 20 kilómetros de la central— y pesa el miedo a la contaminación radiactiva en la zona, catalogada de exclusión.
Las labores de limpieza han resultado muy complejas, todavía está pendiente un lugar definitivo para los residuos y el desmantelamiento definitivo de la planta siniestrada.
Después de la tragedia, de haber perdido a muchos de sus seres queridos, del dolor y la impotencia que no pasan, quizá lo más difícil de asimilar para los japoneses son las malas noticias. No es de extrañar que saltaran las alarmas por el aumento de los casos de cáncer de tiroides en menores descritos en un estudio sobre el impacto de las radiaciones, realizado por el Comité de Seguimiento de la Salud de los habitantes de Fukushima.
Tras pruebas a cerca de 300 000 menores de 18 años, a unos 103 niños y adolescentes de la región se les ha confirmado la enfermedad o tienen una alta probabilidad de desarrollarla, de acuerdo con los exámenes. En Japón por cada 100 000 personas 1,7 desarrollan este cáncer, sin embargo en Fukushima llegan a 30.
Si bien los expertos apuntan que aún no se puede establecer una relación causa efecto, resultan llamativos los números arrojados por la investigación, aunque los médicos pidieron mantener la calma porque aún es muy pronto para sacar conclusiones.
El impacto de estos resultados preliminares, porque hasta septiembre está prevista la campaña especial de control a otros 70 000 niños y jóvenes, logró de nuevo la atención pública sobre la crisis del accidente de Fukushima.
«Mucha gente está siendo diagnosticada de cáncer por la alta precisión de la tecnología utilizada en las pruebas. Son casos que habrían pasado desapercibidos en situaciones normales, ya que los pacientes no sufren ningún tipo de síntoma», explicó Yoshio Hosoi, profesor de biología radiactiva en la Universidad de Tohoku.
«Si haces pruebas a tantos niños encontrarás más casos de lo habitual porque, además, estás buscando algo concreto», apuntó por su parte Norman Kleiman, especialista de la Facultad de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia, en Nueva York, en declaraciones a National Geographic. El profesor llamó la atención sobre lo que a su juicio constituye el mayor problema, «los trastornos mentales» de haber vivido esa experiencia, además de padecer la enfermedad.
Hokuto Hoshi, jefe del panel de Salud que analizará los efectos de Fukushima, apuntó que ahora resultaba vital terminar de recopilar los datos y después estudiarlos con tranquilidad.
Luego del terremoto se generó un fuerte debate en Japón y el resto del mundo sobre el uso de la energía nuclear para generar electricidad. La desconfianza sobre su viabilidad es alta, pero las autoridades insisten en que al archipiélago le sería imposible prescindir de ella por su modelo energético y el coste de los combustibles fósiles que no posee.
Precisamente, a inicios de este mes, la Autoridad de Regulación Nuclear (ARN) aseguró que una planta de dos reactores en Sendai propiedad de Kyushu Electric Power, puede reiniciar su actividad, pero aún necesita la aprobación de las autoridades locales.
La anuencia fue catalogada como el primer paso para la reapertura del sector, que desde el desastre mantiene paralizados los 48 reactores con que cuenta el país.
En total, según EFE, las compañías eléctricas niponas han presentado solicitudes a la ARN para reactivar unos 20 reactores nucleares en diez plantas. El Gobierno apoya esas iniciativas, pero el miedo sigue anclado en la memoria colectiva.
Poco más de tres años es mucho tiempo para quienes les cambió la vida de manera tan radical y dramática, y a la vez poco para que sanen tan hondas heridas.