René González rindió tributo a la madre de Ramón. Autor: Héctor Planes/Resumen Latinoamericano Publicado: 21/09/2017 | 05:34 pm
Ramón Labañino Salazar no sabe cuándo podrá cumplir con un rito esencial de su existencia. Paradójicamente, lleva 15 años de injusto encarcelamiento por proteger la vida de otros, en Cuba y en los propios Estados Unidos, posibles víctimas de los terroristas que viven y operan en Miami. Según, los fríos cálculos del sin sentido, todavía falta más.
Las largas condenas impuestas, tanto a él como a sus cuatro hermanos, lo han privado de momentos trascendentes, los más felices, los más dolorosos… Lo asume con entereza, y espera el instante de llegar a la tumba de su madre.
Nereida quería que él fuera médico. Cuenta Ramón que estuvo a punto de pedir la carrera de Medicina para complacerla. Sin embargo, no hizo falta, porque cumplió con creces su deber salvador, aun cuando ella nunca lo supo.
En más de una década otros han colocado flores en su nombre, otros le han contado, frente al frío mármol, una historia de dignidad y entereza de la que cualquier madre se sentiría orgullosa. Él, en su nobleza, necesita saldar su deuda particular como hijo.
En una entrevista que hace unos años concediera a la revista Bohemia, Ramón comentó que para el regreso, entre tantos planes, tenía una necesidad esencial. El gigante, el hijo de Nereida, necesita llegar al sitio donde descansa la mujer que lo trajo al mundo y llevarle flores y dejarle un mensaje que se le ha atragantado por 15 años: «Madre, yo cumplí tu sueño. Te ama eternamente, tu Ramoncito».
Este 18 de mayo tampoco llegaron ni las flores ni ese susurro de alivio en la voz del hijo. Sin embargo, Ramón estuvo allí, rindiéndose a sus pies, asido a sus principios, como ella siempre quiso. Y no solo en esencia, sino en la presencia del hermano de causa. René González se plantó frente a la tumba de Nereida, y Ramón Labañino Salazar permaneció aún más cerca de su madre. De alguna manera, cumplió parte del rito.