Patria vs. contrarrevolución: esa es la ecuación que los venezolanos dirimen hoy en las urnas
CARACAS.—Sentado ante la mesa de un café en el elegante barrio de Chacao, un señor de unos 70 años, tan blanco y rubio que aquí pasaría por europeo, adelantaba hace algunos días la manera en que ejercería el voto este domingo.
«Me da igual», decía a sus amigos de tertulia en alusión a las distintas candidaturas que la oposición, incapaz de unirse sólidamente, presenta en ese municipio capitalino. Y absoluto e impúdico, concluía: «Lo mío es sacar a Chávez del gobierno».
Proveniente de las minorías antes privilegiadas, el visceral comentario no expresaba las tendencias marcadas por las masas de pulóver rojo que acompañaron las campañas de los candidatos del PSUV; pero ilustraba la importancia de los comicios que se están celebrando hoy.
Los reductos de esa oposición dividida y sin líderes que tienen base en burgueses como aquel anciano, aspiran a copar gobernaciones y alcaldías no solo para obstaculizar la concreción del proceso bolivariano desde abajo. Su pretensión es desbancar a Chávez y así, frustrar la Revolución. Incapaces de aceptar los cambios, son ellos quienes imponen la disyuntiva.
El odio es componente esencial de esos que, sin embargo, se dan golpes de pecho cuando aseguran que son ellos los «demócratas». Les duele el acceso del pueblo a lo que antes fue de su exclusividad.
Ciego más allá de su jaula de oro, el hombre vituperaba por la supuesta rotura que un amigo había encontrado en una carretera, según argüía.
«Todo lo destruyen», decía, intentando desconocer y manchar la inmensa obra social y económica gestada en apenas diez años en toda Venezuela. Es la filosofía de esa burguesía. Vacía de propuestas porque su única intención es retornar al esquema de entreguismo y falsa democracia que caracterizó a la IV República, su campaña con vista a estas elecciones regionales trató de agredir a la Revolución, manipulando.
Mentiras como el «próximo» racionamiento de los alimentos fueron propaladas desde Zulia para frenar el voto por los representantes de la Revolución, y los empresarios hasta provocaron falsos momentos de escasez reteniendo algunos productos alimenticios para que faltaran en el mercado.
En tanto, decisiones constitucionales como los decretos-ley promulgados al amparo de la Habilitante fueron usados para cuestionar al ejecutivo e, incluso, propiciar la injerencia extranjera; mejor si desde Estados Unidos. Por eso Chávez los denomina «pitiyanquis».
La implementación de publicistas programas de poca monta que remedan las misiones sociales ha sido otra de las jugarretas, y hasta se escucharon declaraciones de algunos de esos candidatos que aseveraron «diferir» de Chávez pero estar «con la Revolución», desdibujando así identidades para confundir al electorado.
La erupción de «líderes» fabricados entre jóvenes sacados de las universidades para ofrecer un rostro «fresco» de esa misma vieja oposición ha sido otra de las prácticas, poniendo en vigor aquí los esquemas desestabilizadores exportados desde Washington a algunos países este-europeos.
Con dinero millonario proveniente de entidades-pantalla para la injerencia como la USAID, se ha «forjado» a voceros opositores entre los que se cuentan los imberbes pero no ingenuos Jon Goicoechea o Stalin González, quien aparece en las boletas aspirando a la alcaldía del municipio Libertador.
Pero mal pueden tapar sus derroteros agrupaciones del pasado con nombres renovadores como Un Nuevo Tiempo, Podemos, o Alianza Bravo Pueblo. Ellos son la reiteración maquillada de adecos y copeyanos que, antes, depredaron y vendieron la nación.
El cierre proselitista de Antonio Ledezma, aspirante de la oposición a la Alcaldía Metropolitana de Caracas, fue un buen momento para confirmar esas intenciones.
Rodeado de mujeres maduras con pelo engomado y hombres barrigones de cuello y corbata, Ledezma hizo solo una promesa:
«Vamos a defender la descentralización y la propiedad privada. Ese es nuestro compromiso», proclamó, enarbolando la más pura práctica neoliberal: el mercado como rector de la economía y sin intervención del Estado.
A fin de cuentas, es lo único que interesa a esos que mal se titulan defensores del pueblo: sus prebendas, los negocios propios y no el bien de la nación.
Del otro ladoFrente a esas pretensiones está el futuro que el Gobierno bolivariano vuelve a poner al criterio del electorado.
Claro que nadie ha hablado de derogar la propiedad privada como, otra vez manipulador, quiso sugerir Ledezma en su alegato, acudiendo a un tema que la oposición agita cada vez que Venezuela acude a las urnas.
Granjas avícolas, uno de los proyectos de desarrollo endógeno. Foto: Marina Menéndez Quintero Pero está claro que esos no son los cimientos del mañana que se gesta, sino la propiedad social y colectiva, indispensable para el desarrollo con justicia social que necesitan los pueblos.
Culminación de un período durante el cual se han dado los primeros pasos en ese derrotero, los comicios de este domingo marcan el inicio de una etapa ulterior.
Para los líderes de la Revolución y sus seguidores no hay duda de que la única vía para conseguirlo es el socialismo... un socialismo a la venezolana centrado ahora, en sus albores, en el desarrollo agrario con el consiguiente combate al latifundio, de modo de alcanzar la autosustentabilidad indispensable en tiempos de cataclismos y crisis; la recuperación de los recursos naturales mediante la nacionalización de empresas que estaban en manos del poder transnacional, como ocurría con el petróleo y los minerales; la socialización de la propiedad; la participación de la gente, y ese poder popular expresado de forma tan diáfana en los consejos comunales: reciente estructura del poder que otorga a los dirigentes escogidos por los vecinos la facultad de presentar proyectos, proponer inversiones, y fiscalizar.
No son meras ideas. Basta visitar alguna alejada comunidad rural para apreciar cómo prende ya el afán por alcanzar el desarrollo endógeno de que tanto habla Hugo Chávez.
Aunque por el nombre parece algo muy complejo, en la práctica se trata solo de propiciar el trabajo y el sustento dentro cada comunidad, aprovechando al máximo sus potencialidades.
Así ocurre, por ejemplo, en diversos puntos del olvidado municipio de Mara, en Zulia, donde la antes relegada población indígena tiene la oportunidad de laborar en viñedos a cargo de decenas de familias campesinas y que hace un tiempo proliferan gracias a los créditos y al apoyo técnico del Gobierno, haciendo avanzar las pequeñas cooperativas.
Aprovechan todo en esos campos: en los bidones donde se almacena el agua de regar crían peces, y el excremento de los chivos que pastorean los hombres sin tierra se procesa como abono. Acaban de instalar una planta procesadora de jugo de uvas porque, aseguran, tiene tantos nutrientes como la leche y allí hay posibilidades para obtener una buena producción.
Puede resultar un ejemplo elemental, pero fácil para apreciar lo que la Revolución Bolivariana labra.
Los decretos firmados hace tres meses amplían el soporte, desde la ley, para profundizar esos derroteros, facilitando a los trabajadores rurales el pago de las deudas con la Banca y su acceso a nuevos préstamos, entre otras legislaciones encaminadas a propiciar la producción.
Lo mismo puede decirse, a gran escala, del inicio de la explotación del gas en Falcón y de pasos tan radicales y necesarios como la nacionalización de las cementeras, elemento indispensable para erigir el edificio del país nuevo, y la recuperación de SIDOR, la gigante del acero ubicada en la Faja del Orinoco.
Los propósitos aún son muchos. En la agenda de un hombre con tantas ganas de hacer como Chávez está la materialización de planes productivos que engarcen, como eslabones de una misma cadena, a los portentosos e inmensos estados llaneros, aún no aprovechados en todas sus tierras; seguir levantando la infraestructura que lleve el desarrollo a cada rincón; la instalación de nuevas fábricas y la satisfacción de prioridades de la gente como la vivienda.
Para ello es necesario que el propósito gubernamental fluya directo hasta las comunidades y encuentre allí gestores, no obstáculos; así como desde abajo deben llegar arriba las necesidades y propuestas. Por eso hacen falta gobernadores y alcaldes chavistas, no los representantes de esa burguesía que rumia amarguras mientras aspira el humo de un café.
Hincados como banderillas en el lomo de la contrarrevolución están las conquistas del proceso bolivariano, y sus numerosos proyectos.
Para conseguirlos, el pueblo venezolano está llamado a darle hoy otro triunfo contundente a la Revolución.
Mapa en las boletas
Las elecciones regionales de este domingo ponen sobre el tablero la renovación de 22 gobernaciones, 326 alcaldías municipales, una metropolitana y una distrital, además de 233 legisladores a los consejos estadales, 13 concejales metropolitanos y siete del distrito del Alto Apure. Por eso se afirma que sus resultados podrían dibujar un nuevo mapa político.
Sin embargo, representantes de la misma oposición que quiere defenestrar el poder revolucionario han reconocido que quedarán muy por debajo de sus ambiciosas pretensiones iniciales por copar una buena parte de las gobernaciones, y hace muchos días dejaron de hacer pronósticos.
Resistidos a la derrota, algunos de sus voceros afirmaron que «vigilarían» el voto en las mesas, en tanto se ha denunciado el intento de desconocer los resultados que les sean adversos.
En caravanas que colorearon de rojo la geografía nacional, los seguidores de Chávez y del socialismo están llamados a frustrar esos propósitos acudiendo masivamente a las urnas, y no dejando a aquellos robar las calles que hace rato son suyas: del pueblo que abraza la Revolución.