Este muro divide a los barrios católicos y protestante en Belfast. Un día tendrá que desaparecer. No han pasado 48 horas desde que se restauró la autonomía en Irlanda del Norte, y ya hay buenas noticias: la Asamblea de poderes compartidos ha creado 180 puestos laborales, relacionados con las funciones de ese organismo.
No está mal para empezar. Que haya trabajo que hacer es un avance de la armonía que se desea para la aún provincia británica, signada por un conflicto que apagó más de 3 500 vidas entre 1966 y la pasada década. ¡Y ni se sabe cuántas desde que las guerras se hacían con arcabuces y sables!
El Ulster va dejando de ser un lugar de imposibles. Pocos habrían imaginado un gobierno entre el Partido Democrático Unionista (DUP), férreo defensor del actual estatus bajo Gran Bretaña, y el Sinn Fein, que aspira a la natural integración del territorio en la República de Irlanda.
Sin embargo, ahí está. Al pastor presbiteriano Ian Paisley, líder del DUP, se le conocía como «Míster No», sabido su rechazo a todo lo que significara una mínima concesión a los republicanos. La última vez que dijo sí —bromeaba la gente— fue el día de su boda. Pero ahora es ministro principal en un ejecutivo compartido. Volvió el sí.
En cuanto a su viceministro, se trata de Martin McGuinness, un dirigente del Sinn Fein, ex miembro del grupo armado Ejército Republicano Irlandés (IRA). En el pasado, jamás se le hubiera ocurrido sentarse junto al intransigente Paisley. Sin embargo, se ha sentado.
Corroborados los «milagros», muchos medios de prensa han señalado este momento como el de la paz irrevocable. El tiempo en que el gobierno autonómico y la Asamblea de 108 miembros habrán de ponerse a remediar los problemas heredados de tantísimos años de discordia.
Todavía hay muros en Belfast. A un lado, católicos republicanos, al otro, protestantes unionistas. Y muchas heridas que sanar, de cuando los primeros eran vapuleados por los segundos, preferidos estos en los empleos y en las prestaciones sociales. El IRA respondía con violencia, y así también los grupos paramilitares probritánicos.
Con los Acuerdos de Viernes Santo, de 1998, Londres y Dublín, así como las fuerzas políticas norirlandesas, hablaron de paz, pusieron por escrito las garantías autonómicas que tendría la región, y abrieron la puerta para que, si un día la mayoría de su población se decantara por la separación de Gran Bretaña y la integración en Irlanda, pudiera hacerlo mediante un referéndum previo.
Con la asunción del gabinete DUP-Sinn Fein, se persigue que el proceso retorne a sus cauces normales. Aunque vale la pena advertirlo: nadie debe creer que ya se alcanzó la meta. Este gobierno nace, precisamente, después de una crisis. Su detonante fue un falso caso de espionaje, con el objetivo de culpar al Sinn Fein. ¿Quién estaba detrás? Pues la inteligencia británica, según se supo en 2006.
La esperanza es que no se repita una triquiñuela de esta índole, pues daría al traste con lo que se logró el martes.
Y mejor así lo desee el premier Tony Blair, quien ha hecho del proceso de paz en el Ulster un trofeo personal, que habrá de llevarse bajo el brazo en su inminente retirada.
De él hablaremos muy próximamente. Y de Irlanda del Norte seguiremos esperando cada vez mejores noticias.