La parafernalia que rodea al fútbol en su cotidianeidad ha engullido de cierta manera la expectación que genera el Mundial. Catar 2022 está ya en nuestras narices: dentro de pocos días rodará el balón en las canchas de ese país y volverán las emociones que solo aparecen cada cuatro años. Hasta las ligas detendrán su curso porque nada puede coincidir con la cita universal.
Ya lo sabemos: incluso los más exagerados, en su afán de describir lo que representa simbólicamente una Copa del Mundo, han llegado a asegurar que el planeta se detiene. Y no, no llega a tanto, pero al menos unos cuantos millones de personas sitúan el centro de sus atenciones en un pedazo de rectángulo con dos porterías a cada lado.
Y pienso por estos días en los cuales comienza a arreciar el desespero por el pitazo inicial, en aquellos que jamás han vivido un Mundial desde un país que no clasificó. Tendrá poca sazón, pensarán desde el desconocimiento de una sensación diferente. Está claro que nunca es lo mismo y puede que tengan razón en asegurar tal cosa, porque no hay nada como sentir en carnes propias la emoción de un gol del país que amas o sufrir la angustia del fracaso.
Sin embargo, aquellos que crecimos eligiendo equipos ajenos y soñando con triunfar en una cancha como Del Piero, Iniesta, Zidane… Aquellos que nos vimos obligados a asumir patrias de otros como propias, entendemos también el Mundial como la máxima expresión futbolística, deportiva y cultural que se disfruta al máximo, se padece también, se espera y se echa de menos una vez acaba.
No, no lo pueden entender. Ni los brasileños, ni los alemanes, ni todos aquellos que jamás se han ausentado al torneo cuatrienal. Ellos nunca comprenderían cómo puede añorar una competición de este tipo alguien nacido en Cuba o en Mauritania.
Necesitarían saber, por ejemplo, lo que es soñar por asistir algún día a un Mundial a defender o hinchar por los colores de la tierra que te vio nacer, aunque te lluevan los goles y no ganes ni un solo partido, solo por el hecho de estar, de clasificar al menos una vez.
Decir esto, aunque no parezca, no significa desdeñar los sentimientos de aquellos habituados a vivir desde dentro el certamen universal. Más bien, va por defender el de aquellos que igual lo amamos y añoramos, aunque siempre lo hagamos desde otras perspectivas.
Por eso Cuba entera, como dicen aquellos exagerados que no especulan en generalizar, volverá a paralizar sus calles, sus casas o centros de trabajo una vez la esférica corra sobre el pasto de los estados de Catar. Y nadie nos podrá quitar el derecho a soñar con cada gol.