Sarah Asahina y Wakaba Tomita. Autor: Tomado de Internet Publicado: 26/06/2021 | 09:11 pm
En los hombros de Sarah Asahina iba camuflado el olor reciente de su triunfo y un oro que quizá ni ella misma esperaba. Pero cuando el juez indicó hacia su esquina con la mano derecha enhiesta e inclinada, no solo descubrió orgullosa su condición de campeona, sino el dolor insoportable que apenas permitía que Wakaba Tomita, al otro lado del tatami, lograra sostenerse en pie.
En final de compatriotas, la división de los más de 78 kilogramos del Mundial de judo de Budapest había visto a Asahina vencer, mas sorprendía un rostro que mentía impúdicamente a los presentes en la arena Lászlo Papp, un rostro sin ningún indicio de alegría, sin aquellos ojos rasgados al menos húmedos por la emoción.
Digo más: su indiferencia era tan contundente como un ippón, aunque por dentro la felicidad amenazara con tupirle los poros bañados en sudor y salir en forma de gritos o brincos o cualquier otra locura japonesa. Pero Asahina seguía seria, adusta, excesivamente timorata y resistió estoicamente los embates del delirio, que tiraba de la solapa sin lograr remover nada en su interior.
La imagen de Wakaba Tomita, en cambio, no necesitaba palabras, ni alaridos, ni saltos, ni lágrimas. Nada. El dolor le inundaba de forma cruel. Y no era solo esa sensación punzante que afloja hasta los cartílagos, sino las brasas de la decepción que la quemaban por dentro: había perdido el Mundial.
Y así, un mejunje de discordias, de lamentos y de felicidad cohibida dejó en silencio a la Arena, poco antes de suceder la parte más significativa de la historia, incluso más que lo visto sobre el tatami apenas unos minutos antes.
Tomita no pudo salir de su esquina. Quería hacer la reverencia y marcharse con la cabeza gacha, sin mirar a la grada, sin chocar la vista siquiera con su entrenador. Así de marchita lucía su autoestima. Tras nueve minutos y 36 segundos de combate había fallado. O más exactamente: había fallado su pierna lesionada, que le costó un falso ataque decisivo en la derrota.
Pero Asahina, tan noble como robusta, decidió postergar su frenesí e incluso hizo al técnico esperar por el abrazo que ansiaba desde el preciso instante en que comenzaron a entrenar con la mirada puesta en el certamen húngaro y con el sueño lejano de situar en la frente de la fornida judoca la corona de monarca universal.
Entonces tiró fuerte del cuerpo de la rival vencida y la cargó sobre su espalda, para antes de salir del tatami con ella encima hacer la reverencia que Tomita quería y no pudo conseguir por el terrible dolor en la rodilla. Y los presentes en la Arena aplaudieron emocionados por semejante gesto, que situó una vez más a Asahina en la cima, esta vez moral, del judo femenino.