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Un salto sobre la desesperanza

En los Panamericanos de Lima Luis Enrique Zayas hizo sus deberes y se adueñó de la corona cuando llegó hasta 2,30 m

Autor:

Javier Rodríguez Perera

En 2016 Luis Enrique Zayas no tenía nada seguro en el Campeonato Mundial juvenil de Bydgoszcz, Polonia. El año anterior se había mantenido estable en los 2,16 metros (m), un registro que poco le serviría para conseguir grandes cosas en la urbe polaca. Se sentía bloqueado, no podía rebasar esa marca, presentaba lesiones en la espalda, los tobillos, las rodillas. En fin, todo un calvario. Deseaba recorrer cientos de kilómetros desde La Habana hasta su casa en Santiago de Cuba. Fue la primera vez que el saltador de altura sintió ganas de dejarlo todo.

Poco tiempo antes del certamen universal juvenil, su entrenador Bárbaro Díaz Castro le pidió confianza. Le dijo que en una semana lo prepararía de tal manera que saltaría 2,25 m. Zayas no le creyó. En una prueba de confrontación para validar la marca del mundial, llegó hasta 2,23 m, pero le dijeron que debía ganar dos centímetros más para incluirse entre los ocho primeros del mundo.

Días después Bárbaro vio cumplido su augurio y Luis Enrique, incrédulo jornadas atrás, abrazó los 2,25 m, lo que lo colocó en la vanguardia del ranking del orbe de su categoría. En el Grand Prix de Cali quedó con la plata, con 2,13 m, bajo tremendo aguacero, según relata a JR, y dos semanas después se encontraba en Bydgoszcz, donde escribiría la primera de dos enormes sorpresas hasta la actualidad.

Clasificó para la final en la séptima plaza con 2,16 m. Se sintió bien, pero sus nervios querían colapsar, además de mostrar algunas dificultades en detalles técnicos. En la instancia decisiva comprendió que no tenía nada que perder y lo más complejo, avanzar a la discusión de las medallas, ya lo había alcanzado. Cuando se le pregunta por ese episodio lustroso del 22 de julio, asegura que hasta hoy se mantiene diciendo que fue una competencia perfecta.

Según sus palabras, ser titular universal, tras saltar 2,27 m, nunca se lo esperó y le ofreció un nivel que hasta ese momento no tenía, aunque reconoce que el registro que le bastó para el oro sí lo veía posible de obtener.

Después que Cuba tuviera otro monarca mundial juvenil, sucedieron varias cuestiones desfavorables, al decir del santiaguero, que repercutieron en que tanto esplendor comenzara a apagarse, e incluso, amenazara con desaparecer.

Se lastimó un tobillo y tuvo un esguince de grado tres que por poco necesita operación. La recuperación no fue del todo satisfactoria, el ligamento no se fortaleció como debía, lo que causó que Zayas viviera una de las peores actuaciones de su vida en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla 2018. Sintió que no podía despegar, ni exigirle al pie, porque el dolor lo acuciaba. Así estuvo no poco tiempo.

También lo golpeó la muerte de su abuela Xiomara. Fueron tres años de dura batalla, pensaba que no podría salir del hueco y que el atletismo para él se había acabado. También su entrenador decidió cumplir misión en el exterior. Luis Enrique hasta pensó en solicitar la baja del equipo nacional. Un campeón mundial juvenil perdiendo toda la esperanza. 

Pero un buen día de este año le informan que Juan Francisco Centelles, otrora saltador de altura de la década de los  80, sería su nuevo preparador. El santiaguero no esconde que inicialmente no confió en él, pero Centelles varias veces le pidió confianza. En los primeros días entrenaba sin deseos y lo único que le aconsejaba Juan Francisco era que se preparara duro.

Paulatinamente comenzó a ver estabilidad en sus saltos. Logró 2,25 m, registro que hacía buen tiempo no obtenía. «Desde hacía rato no me sentía así, con tanta fuerza y energía positiva», afirma. Se encontraba en el lugar 18 de la clasificación hacia los Juegos Panamericanos de Lima. Su asistencia a la cita continental parecía improbable, a la vez que la incertidumbre se apoderaba de Zayas cada día. Sufría, confiesa, y los ojos se le aguaron más de una vez.

Aproximadamente diez días antes del comienzo del evento multideportivo le aseguran que acudiría. Por fortuna, nunca cesó de entrenar. En suelo peruano su pronóstico era del sexto al octavo lugar, pero la pista podría esconder algo revelador.

El 9 de agosto, en la Villa Deportiva Nacional (Videna), la temperatura frisaba los 12 grados y ligeramente lloviznaba. Notó que sus rivales, casi todos con mayor experiencia, comenzaron en 2,10 m debido al frío y él, por primera vez en su vida, empezaba en 2,15 m. Cuando vio la holgura con que saltó su intento inicial, supo que estaba bien, pero probablemente nunca imaginó que esa tarde sería la indicada para rubricar la segunda enorme sorpresa de su vida deportiva y la más impactante de la delegación cubana en Lima.

Convencido de que con mejorar su carrera de impulso podría tener un notable desempeño, escuchaba cada consejo desde las gradas del mejor hombre que ha tenido su prueba en todos los tiempos, el matancero Javier Sotomayor. Le enfatizaba en su carrera de impulso y en el despegue. Pasaron los minutos y lo que acababa de suceder ni el más atrevido de los profetas lo hubiera vaticinado.

En una jornada en la que el atletismo cubano no tenía pronosticado ningún metal áureo, Luis Enrique Zayas hizo sus deberes. Se adueñó de la corona, llegó hasta 2,30 m y mejoró en tres centímetros su marca personal, existente desde 2016, cuando en Bydgoszcz tuvo una competencia perfecta. En Lima el santiaguero se rencontró con su perfección deportiva y enterró de un tirón, bien hondo, aquella desesperanza que por tanto tiempo lo mantuvo a raya.

Su título en Lima lo define como supergrande para él, sus padres y su difunta abuela. También les agregó a todos los festejos cumplir con la marca exigida para acudir al Campeonato Mundial del deporte, que comenzó hace dos días en Doha, donde competirá este martes contra la meca del salto alto en el orbe.

A la capital catarí viajó con las intenciones de repetir el 2,30 m, asentarse sobre esa marca e incluirse entre los finalistas, actuación que de lograrla le provocaría mucha euforia. No obstante, Zayas no descarta que pueda ocurrir algo más grande, pues este año ha sido muy especial para él. Se ha convertido en un atleta más maduro que ha aprendido las lecciones de la vida.

Su corona en los pasados Juegos Panamericanos y el retorno de un saltador de altura a una lid universal, tras la última aparición del santiaguero Víctor Moya en Daegu 2011, han logrado que se vuelva a mirar con buenos ojos una prueba que solamente en campeonatos mundiales absolutos al aire libre ha reportado a nuestro país tres cetros y cuatro metales de plata, frutos de las actuaciones de Sotomayor, Moya, la habanera Ioamnet Quintero y la pinareña Silvia Costa.   

—Tengo entendido que gracias a tu madre, Tania Fernández Hodelín, otrora integrante de la selección nacional en 400 metros con vallas, comienzas en el atletismo.

—Me inicié por ella en pruebas de velocidad, pero un día vi a muchachos mayores que yo practicando salto de altura, por lo que empecé a entrenar con la profesora Idania. Con 12 años obtuve plata en un evento pioneril celebrado en el combinado donde me preparaba. 

«En la categoría 14-15 años comienzo con el entrenador Daniel, quien siempre me transmitió buenas preparaciones y me convirtió en un saltador de 1,95 m, marca bien respetable para la edad que yo tenía en ese entonces. A partir de ahí me enfoco de lleno en el salto de altura hasta que ingreso al equipo nacional de cadetes con 15 años, bajo las órdenes de Bárbaro Díaz, alguien que, sin dudas, se ganó que lo considerara un padre.

«En mi primer año en el conjunto nacional consigo 2,13 m, y superé por 18 centímetros mi registro personal. Esa marca me sirvió para quedar con la medalla de bronce en la Copa Cuba, ganada por Moya y con presencia de atletas mayores. En esa misma temporada, en 2013, participo en un campeonato panamericano juvenil en Colombia y quedo en octavo lugar, desempeño que no me agradó, en buena parte por la inexperiencia.

«Por decirlo de alguna manera, en el certamen continental juvenil de Edmonton 2015 comienzo a despuntar un poco, luego de alcanzar el segundo puesto, resultado que no esperaba porque tenía una lesión en la rodilla, estaba muy débil y existían otras dificultades que no me permitían saltar bien. En ese evento llegué hasta 2,16 metros, la marca del campeón».  

—Sotomayor, ¿solo un ídolo?

—Generalmente, cuando niño, todo deportista tiene ídolos y los míos fueron Javier y Víctor Moya, grandes exponentes de mi prueba en Cuba y el mundo. En el caso del Soto siempre lo vi como un deportista de dimensiones grandes y me había trazado la meta de alcanzar su marca cuando él tenía mi edad de entonces, que era de 2,00 m, pero no pude, pues me quedé a cinco centímetros. A pesar de eso, tuve sus logros como un incentivo para continuar superándome.

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