Tras más de 15 años en la selección nacional, William Granda dice adiós. Autor: FIBA Publicado: 06/04/2019 | 08:55 pm
William Granda Lewis es un guerrero de 33 años. Con mil batallas a cuesta y un cuerpo que ya se siente cada escaramuza vivida, desiste de la idea de abandonar la lucha. Eso sí, ha concientizado que las mejores cruzadas ya no las librará más. Granda militó 16 años en la selección nacional de baloncesto y la mitad fungió como su capitán, o lo que es igual, como el hombre llamado a devenir líder, ejemplo y arquitecto de estrategias para encauzar la tropa.
El avileño terminó sus días en el conjunto cubano y no piensa regresar. Dice que tiene en su poder la baja y que se impone una nueva generación, a la que le desea la obtención de los triunfos que él no pudo conseguir. Más de tres lustros representando a su país, pero prefiere no recordar un éxito colectivo o una brillante actuación individual. Prefiere simbolizar su tránsito por el equipo Cuba con el nombre de Daniel Scott, un «gran entrenador, entre los mejores que han comandado la selección nacional. Él, sobre todas las cosas, me educó y siempre le estaré en deuda».
Su pensamiento futuro, explica, es incursionar en alguna liga foránea. «Ya tuve la posibilidad de jugar en Uruguay —entre 2015 y 2016— y estoy moviendo los hilos para terminar mi carrera jugando en el extranjero», dice el avileño, ahora refuerzo de Camagüey en la Liga Superior de Baloncesto (LSB).
—Antes de incorporarte a la escuadra agramontina tuviste problemas de salud que pusieron en duda tu regreso a las canchas.
—Es mi segunda temporada como refuerzo, pues antes defendí a Matanzas en el año que quedamos subcampeón nacional. No tenía previsto estar con Camagüey, pues no tuve preparación y me uní al equipo una semana antes de empezar el torneo. No me encuentro ni al 50 por ciento de mis posibilidades. Recuerda que permanecí un año completo sin jugar baloncesto debido a dos lesiones, consistentes en dos fracturas, una en el quinto metatarsiano y otra en el tercer metacarpiano.
«Después de la recuperación, empecé a entrenar con la selección nacional de cara a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, y antes de esa competición sufrí una arritmia, producto, pienso yo, del largo período que estuve sin entrenar y de momento empecé a recibir cargas. De nuevo, entonces, me volví a alejar de la duela, hasta que comencé hace poco a coger el ritmo. Me hicieron unos estudios y mi corazón está en perfecto estado, solo que los atletas de alto rendimiento somos muy propensos a sufrir situaciones de salud de ese tipo.
«El mentor de Camagüey se acercó, habló conmigo, y le dije que estaba dispuesto a reforzar su equipo, porque el baloncesto es mi vida. Poco a poco he ganado en forma física, porque también estaba pasado de peso. Rebasaba los 100 kilogramos, y así me era muy difícil jugar».
—Estás jugando con Camagüey debido a que tu elenco, los Búfalos de Ciego de Ávila, no clasificaron para la Liga, una noticia bastante preocupante.
—Tengo poco que decir sobre eso, porque no estuve en los entrenamientos del equipo, lo que me imposibilitó intervenir en el Torneo Nacional de Ascenso. Pienso que existieron situaciones internas que dieron al traste con la clasificación, como una mala comunicación y una preparación que quizá no fue la adecuada. Es una lástima ese resultado, porque todos conocen lo que representan los Búfalos para el baloncesto cubano y se nota su ausencia.
«A pesar de no clasificar, contamos con varios jugadores jóvenes con muy buenas condiciones, que transmiten confianza para enfrentar la próxima temporada, en la que tendremos un entrenador nuevo, Jorge García Quintero, quien está ahora al frente de las mujeres y jugó varias temporadas conmigo en la Liga Superior, además de que lo conozco desde niño. Estoy confiado que la comunicación fluirá, aunque él ya no sea atleta. No debe ser un problema regresar a la LSB para la venidera contienda.
«Con la experiencia que tiene nuestro equipo, yo soy de los que cree que cualquiera lo dirige, pero hay que saber cómo tratar con sus atletas, porque la mayoría son jugadores acostumbrados a ganar, además de que puede resultar complicado en ocasiones a causa de las diferencias de caracteres. Sin embargo, en el tabloncillo el carácter es solo uno. El entrenador que esté al frente de nosotros, aparte de conocimiento sobre básquet, debe tener carisma».