Para Roberto Cabrera el tenis de campo sigue siendo la razón de su vida. Autor: Liante Escobar Hernández Publicado: 04/04/2019 | 09:57 pm
Es la juventud un don que se adquiere con la vida y se va perdiendo con los años. Con el tiempo, se apaga la belleza, se extingue la vitalidad y llega la experiencia que, poco a poco, se va convirtiendo en vejez.
Sin embargo, hay quienes se niegan a dejarse aplastar por el peso de la edad y encuentran nuevas formas de encender el espíritu.
Cumpliendo ese propósito encontré a Roberto Cabrera, un espirituano sastre de profesión que a sus 81 años, aún empuña con destreza una raqueta y golpea sin compasión la bola que le pongan delante.
Para este hijo adoptivo de La Habana, el tenis de campo es una salvación que llegó en sus años mozos por casualidad y con él se quedó.
«Siempre jugué béisbol, pero tras el triunfo de la Revolución, cuando nacionalizaron el Club Habana, enseguida me hice asociado. En mi primera visita al lugar me dieron una taquilla que, para mi sorpresa, estaba llena con raquetas y pelotas de tenis, lo que me hizo ir a devolverla porque la creí ocupada», cuenta.
«Entonces el taquillero me dijo: “Tome la llave que eso es suyo”. Tenía 21 años y fue así que comencé a jugar de forma autodidacta junto a un colega mío, hasta que un buen día el entrenador Félix Millán nos vio y por nuestras habilidades decidió prepararnos.
«Empezamos a asistir a competencias. En 1973 entramos al equipo nacional de tenis de campo y llegamos a ser la segunda pareja del país. Éramos conocidos como los dos Roberto, porque mi compañero se llamaba igual que yo», relata el veterano.
Según su historia, la falta de entrenadores lo llevó a cumplir por varios años la misión de enseñar a las nuevas generaciones de tenistas, entre ellos a varias figuras que lograron ser campeones nacionales bajo su batuta.
Un accidente automovilístico que le ocasionó varias fracturas en el cuerpo lo retiró de las canchas, aunque no del todo, pues todavía lo vive y sufre las problemáticas que una disciplina tan costosa como esta padece en Cuba.
«En el tenis necesariamente hay que topar con tenistas de nivel, si no el muchacho no se supera y, por ende, termina perdiendo el interés. Además, es un deporte que en nuestro país no se conoce mucho», asegura Roberto.
No obstante, al octogenario atleta, a quien en alguna que otra mañana se le puede ver compitiendo contra veteranos y jóvenes estudiantes de la Universidad de las Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo, de la capital, le queda un consuelo aún mayor que sus ratos sobre la cancha.
«Mis hijos no quisieron seguir mis pasos en el tenis, prefirieron la música. Pero tengo un nieto, Neilán Machado, que es miembro del equipo nacional y que es mi orgullo, aunque ya no le gusta jugar conmigo porque dice que estoy muy viejo», sentencia y sonríe satisfecho.