Garry Bell, un sereno de una pequeña fábrica en la ciudad de Aukland, Nueva Zelanda, sudó frío con una pistola en su sien cuando se disponía a ingerir su alimento de media mañana.
Un chico que solo quería el sándwich de queso y cebolla, las papas fritas y la botellita de gaseosa, le apuntó, decidido. Pero como con la comida no se juega, el guardián comenzó a insultar al ladronzuelo.
Tal vez avergonzado y sin respuestas ante la imprevista reacción de su víctima, el adolescente salió corriendo sin el sabroso botín. A Garry ese pancito le supo a gloria. Sobre todo, porque tuvo que luchar muy «duro» por él.