Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Y de pronto…

Los demás es uno de esos títulos que una vez que te rozan, se quedan para siempre. Debería asomarse de vez en cuando a nuestras pantallas, a nuestra radio, a la que urge sacudir de tanta euforia trasnochada, de tanta vacuidad

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Luz cenital. A oscuras. Y de pronto, suena la alarma. De pronto, viene el artista con sus preguntas, con sus preguntas tremendas:

«¿A dónde estaba el sol cuando sonaron / los ecos desatados de la ira? / ¿No será que las sombras lo apagaron /en Sabra y Shatila?(…) ¿A dónde estabas tú, con tu arrogancia,/ poderoso señor que en la mochila /llevas todo el cadáver de la infancia /de Sabra y Shatila? (…)Aunque yo siga ausente en mi galaxia /comentando en canciones la noticia,/el ángel del horror sigue su marcha…».

Teatro Oriente, Santiago de Cuba, principios de los 80. Alberto Cortez (1940-2019) escoge la masacre de los refugiados palestinos en el Líbano, un septiembre terrible de 1982, como tema de su canción. No es un canto, es un grito. Han pasado 40 años, pero no ha pasado nada.

La historia se muerde la cola.

Otro suceso bélico marcó ese propio año a la América Latina. Las rocosas islas Malvinas fueron escenario de la batalla entre el ejército argentino que las reclamaba como parte irrenunciable del país, y el viejo imperio colonial británico, que envió a su armada para conservar unas tierras que distan más de 12 mil kilómetros de sus costas.  

El intérprete traza un paralelismo entre su propia vida y la de un joven combatiente en Daniel, un chico de la guerra. El teatro otra vez es silencio.

«A mí los dieciocho/ me pasaron de largo,/ estrenando opiniones,/intenciones y cantos (…) Al tuyo, bruscamente /te lo desamarraron /y te hiciste a la niebla /en el mar del espanto./ Encallaron tus sueños... Daniel /en la turba y el barro./ Fue la muerte bandera /y la vida un milagro. (…) El tiempo irá trayendo / la amnesia inexorable. / Habrá muchas condenas /y pocos responsables…».

Mi asiento es una ola, es una lágrima.

Allá viene el artista a rescatarme, con su canción de los tres Pablos: Pablo Neruda, Pablo Picasso, Pablo Casals, «tres Quijotes venciendo a los molinos /con un cello, un poema y un pincel». Allá viene, a poner el recuerdo de su árbol lleno de nidos, donde perdió la inocencia. De su perro callejero, que sin ataduras anda por el mundo. Viene a renombrar la vida, «como una rueda, gira que gira».

¿Qué hago aquí escuchando estas canciones? ¿O son revelaciones?

Los demás es uno de esos títulos que una vez que te rozan, se quedan para siempre. Debería asomarse de vez en cuando a nuestras pantallas, a nuestra radio, a la que urge sacudir de tanta euforia trasnochada, de tanta vacuidad.

«Los errores son tiestos que tirar a los demás;/ los aciertos son nuestros y jamás de los demás (…)somos jueces mezquinos del valor de los demás /pero no permitimos que nos juzguen los demás (…). Nos creemos selectos entre todos los demás; /seres pluscuamperfectos, con respecto a los demás. /Y olvidamos que somos, los demás de los demás…».

Alberto Cortez siempre me anda rondando, sobre todo, aquellas manos suyas. «Quiso volar igual que las gaviotas /Libre en el aire, por el aire libre /Y los demás dijeron: ¡Pobre idiota! / ¡No sabe que volar es imposible!». Son los versos de Castillos en el aire. Luz cenital. A oscuras. Las manos del artista se entrelazan. Y de pronto, escapa...

 

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