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Ana Nora Calaza: «Nunca he dejado de sentirme niña» (+ Fotos y Video)

Siempre será poco todo lo que hagamos desde la casa, los medios y las instituciones sociales y culturales por la educación y el bienestar de nuestros niños, comenta en ameno diálogo con JR la cantante, compositora, actriz y maestra de generaciones de artistas

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

La humildad bonachona y cubanísima que distingue a la maestra de generaciones Ana Nora Calaza Fortes, una todoterreno, todo alegría, todo experiencia en el mundo del espectáculo infantil, siempre caen, al hablar con ella, como la gotica de agua que se bota de la nube cuando lloviendo está.

Y es que ha resultado tan fértil y desbordante de proyectos y realizaciones en el ámbito de la actuación para niños y jóvenes la obra de esta versátil actriz, cantante, compositora, animadora, directora y asesora, que su carrera, en la que no ha faltado jamás el apego a la melodía, bien pudiera compararse con una especie de «arcoíris musical», nombre de aquel programa de hace más de dos décadas en que ella —y si no pregúntenle a Tristolino— dejó una divertida impronta, al igual que lo ha hecho en muchas otras creaciones memorables de nuestra televisión, como La escuelita del viejo Chichí, Tía Tata cuenta cuentos, Amigo y sus amiguitos, Las aventuras del viejo Jotavich, El mago del cachumbambé, Caritas o A jugar, por solo citar algunas.

Su voz, llena de timbres y matices, medio áspera y ronca, aunque cálida y criolla a la vez, ha sido el principal vehículo de su viaje por el arte, que no solo se ha circunscrito con una entrega especial a la actuación de tú a tú con los niños, sino que ha encontrado asidero en la compleja y fascinante técnica del doblaje, una labor que mucho la entusiasma y ocupa.

«Si algo me tiene muy motivada hoy es poder trabajar en la audiodescripción de películas para niños ciegos y débiles visuales, por el valor social y la utilidad de tan noble labor. Con los dedos de la mano se pueden contar los países que lo estamos haciendo, y eso me enorgullece tremendamente», comenta satisfecha Ana Nora, a quien le place el diálogo franco con Juventud Rebelde, salpicado siempre con anécdotas graciosas que van y vienen entre evocaciones, cargadas todas de aprendizaje, goce y pasión. 

―¿A qué edad se remontan las primeras inquietudes artísticas?

—Yo comencé cantando en la televisión con cuatro años. Era muy chiquita y hablaba medio enredado, pero en mi familia había varias personas con inclinaciones artísticas y eso me fue aproximando a los medios, a los escenarios y al rigor de la creación. En mis inicios tuvo mucho que ver mi tía Mercedes Fortes de la Osa, quien fue escritora de literatura para niños. 

 

Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Cómo caracteriza al público infantil?

—Para un artista los pequeñines son el público más seguro, si una quiere saber si lo que está haciendo resulta creíble. A los infantes lo que los hace únicos es la honestidad. Ahí sí no hay engaño ni simulación. Si no estás dispuesto a poner todas tus energías en juego y a entregarte a ellos, mejor no trabajes. Como mismo tú te entregas a ellos, ellos se entregan también a ti, de lleno, cuando lo que perciben les gusta y los atrapa. Y esa es la mayor diferencia con respecto al público adulto: que son como son, que expresan sus emociones sin compromiso con nada ni con nadie. 

―En su prolífera carrera actoral abunda la interpretación de roles masculinos. ¿Acaso prefiere hacer voces de niños? ¿Por qué?

—Eso se ha ido dando de manera natural, no porque me lo haya impuesto como una meta; pero es verdad que ha habido cierta inclinación hacia los roles masculinos. Donde yo comencé a hacer voces de varones no fue en la televisión, sino en las novelas de Radio Liberación. He tenido unos cuantos personajes de niños, pero tampoco han faltado los roles femeninos. 


 

Foto: Cortesía de la entrevistada

―La ranita Cúcara, por ejemplo, es una de sus más fieles acompañantes. Nadie dudaría de que hasta le habla y le mima. ¿Pudiera decirse que Ana Nora tiene ciertos diálogos interiores con sus personajes?

—Mis títeres son mis compinches, van conmigo a dondequiera. Son mis amigos, mis confidentes, mi inspiración. Hace algunos años en un viaje a Venezuela yo llevé a la rana Cúcara cargada encima de mí, como si fuera una niña. Y en cierta ocasión tenía que ir a buscar el resultado de un examen médico y no había quién me acompañara, y decidí también llevarla como mi compañera de turno. Te digo con sinceridad que cuando estoy con ella no me siento sola. Y así me pasa con muchos personajes más que son, por afinidad, como mis hijos.   

―El títere y el titiritero. Son la misma cosa y al mismo tiempo no. ¿Cómo tiene que darse ese introspectivo vínculo entre ambos para que no sea nunca la simple manipulación de un muñeco?

—La relación necesita ser armónica, por encima de todo coherente con lo que somos y hacemos, y también muy amorosa. Jamás he creído que ellos son simples muñecos, ellos tienen muchas historias que contar, muchas enseñanzas que ofrecer, mucha vida que animar, muchos sueños que compartir. 

«A mí me gusta darles fuerza y destreza a mis títeres, humanizarlos, sentirlos cercanos, dotarlos de aliento de gente común. Cúcara, para seguir con ella, está caracterizada con una gracia criolla tremenda, de algún modo tiene la riqueza de los personajes de Aurora Basnuevo, con esa cubanía y ese desenfado que se disfruta tanto.

 

Foto: Cortesía de la entrevistada

«Cuando actúo me encanta que mis títeres se apropien del escenario, estén en contacto con el público. Ellos realmente son más importantes que yo, sobre todo para los niños a los que se les narra, y hasta para los padres, que acaban hasta queriéndose hacer una foto.   

—¿Cómo valora la canción para niños en Cuba hoy? ¿Qué sobra, qué falta, qué habría que cambiar?

—Ay, esa pregunta me pone nostálgica porque, si bien no se puede decir que no haya algunos temas contemporáneos hermosos y con un alto poder de sugerencia a través de sus metáforas, lamentablemente se han dejado de escuchar muchas canciones infantiles con mensajes educativos extraordinarios.

«Ya nadie tararea: “Apaga la luz, lulu”, y sin embargo queremos que los pequeños desde bien temprano aprendan la importancia del ahorro. Muchas veces damos el teque seco y nos desentendemos de la obra lúdica y formativa que hemos construido. Tenemos un repertorio casi olvidado y durmiendo el sueño eterno que entristece mucho. Tantas letras memorables de creaciones de Mirta Aguirre, por ejemplo, que fueron cantadas y una ni sabe qué se hicieron, por qué se nos fueron de todo: de la televisión, de la radio, de los espectáculos, de las actividades de nuestros círculos infantiles. Les hablamos de la patria y de la identidad a los niños y no les cantamos: “Cuba, ay, mi Cubita, cómo te quiero”, que es un tema precioso”.

«De modo general hoy hay ausencia de poesía infantil, sobre todo en los medios, y particularmente en la televisión. Hoy no poseemos títeres emblemáticos que representen la idiosincrasia del cubano. Y Amigo lo fue, Pelusín lo fue. Se extrañan también tonadas como Con sombrero de yarey, que enaltecen al campesinado y a la tradición del campo cubano como parte de nuestras raíces identitarias.

«Creo que eso se puede transformar de cierta manera con la integración de muchos poquitos,  con mucha voluntad, con la tormenta de idea, con la construcción colectiva, teniendo en cuenta el aporte de todos. La programación para niños y jóvenes ha de estar dirigida no a una generalidad homogénea e indefinida, sino a las particularidades de las distintas edades.  

—Supongo entonces que no sea lo mismo actuar para infantes prescolares que para aquellos que ya tienen una visión mucho más construida del mundo...

—Por supuesto, cada etapa lleva un tratamiento diferente, especialmente en la selección de la canción que se va a utilizar. Del programa Caritas, por citarte un caso, nacieron obras como Cae una gotica de agua, o Pin pon, que son temas antológicos, pero que fueron pensados para un momento del desarrollo físico y sicológico del niño en las primeras edades. La primera, por ejemplo, para explicar de modo muy simple el fenómeno de la lluvia, pero de un modo agradable, seductor, poético.

«Las letras están concebidas para un período determinado. Cuando se tararea: «ya viene la papa, que venga ya; está sabrosita, qué rica está; yo como solito, ya lo verás, el plato vacío voy a dejar», eso es para la etapa en que el niño está aprendiendo a comer solo. Cuando se canta: «Son de los niños, son de cariño», es para el momento de la candidez de los primeros añitos, no ya para el preadolescente. La canción que dice: «Como un elefante yo sé caminar, palma arriba, palma abajo y giro sin parar», fue concebida para cuando el niño comienza a dar los primeros pasos. No por gusto cambia varias veces la mención del tipo de animal en la misma obra, porque se trata de un momento en que el tiempo de concentración del pequeño en cualquier actividad es brevísimo. 

«Tenemos que buscar en lo que se ha hecho. Ahí está el proyecto Simientes, con su revista, que fue un trabajo trascendental impulsado por Vilma, a quien habrá que recordar siempre, por su consagración y entrega a las misiones más sensibles, para la labor educativa en nuestros círculos infantiles, con lo que corresponde en cada etapa de la vida del niño. 

―Hablemos ahora del espectáculo. ¿Qué resulta indispensable tener en cuenta a la hora de trabajar con el público infantil?

—Ante todo, respeto, y mucha naturalidad, mucha humildad. A veces se habla con cierta reserva de los espectáculos en la comunidad. Yo los defiendo muchísimo porque son el punto de partida para saber cómo se satisface al público infantil y por dónde va el pensamiento y los intereses de los más pequeños atendiendo al contexto en que viven, que cambia de un barrio a otro, de una casa a otra.

«Aunque algunos piensen que estén en igualdad de condiciones, no son iguales todos los niños ni llegan ni perciben la función de la misma manera. Hay muchas condicionantes, y una de ellas es el lugar. Una cosa es la sala especializada y otra el escenario abierto, o sea, el intercambio en vivo y en directo del artista con su público.  

Foto: Cortesía de la entrevistada

«Tengo que reconocer que es complejo trabajar para niños en un lugar abierto, de mucha proximidad, donde tienes también a padres que se formaron con una programación infantil en que se cantaba y se jugaba, y tienen un anhelo de que sus hijos vivan la experiencia de todo eso que ellos acumulan. Entonces inteligentemente puedes involucrar a esos padres en la trama de los niños, pero si no hay una supervisión constante de lo que se dice, cómo se dice y para quién se dice se corre el riesgo de adulterar la función. Esta situación no pasa tan fácilmente en un teatro, donde hay una concepción más completa y todo está mejor escrito.

«Yo puede hacerte un diagnóstico social de una comunidad a partir de una actuación. Ahí tú puedes saber si funciona la biblioteca del área, si los niños leen, si ven televisor, si tienen adicción por el celular, si los padres los maltratan. Y por ahí hay que saber hilar el guion del espectáculo. Por la comunicación y el diálogo que se establece con los pequeños se pueden identificar tantas situaciones que a lo mejor en una conversación directa nadie te las dice.

«Pero para eso los niños tienen que verte como su amigo, un amigo que los hace disfrutar y que también les enseña, pero sin demasiado didacticismo, pues se trata de un espectáculo, no de una clase, y esa diferencia hay que tenerla en cuenta». 

—Y los temas, ¿se puede hablar de cualquier cosa?

—No, no. ¡Ojo!: aunque para algunos cueste trabajo, ante todo hay que ponerse en el lugar de ellos, en su visión del mundo, y en la realidad que pueden estar atravesando. Por ejemplo, si se quiere hablar de la importancia de eliminar la droga y el alcoholismo, usted no puede llegar a la función de títeres contando la historia de un niño que llora porque su papá toma ron. Eso lo que hace es angustiarlo y molestarlo más ante un problema que él no puede solucionar. Al niño hay que salvarlo siempre, y darle una lección, pero mediante la alegría y el juego, no a través de la ausencia o el dolor.  

Foto: Cortesía de la entrevistada

«A veces se cometen incoherencias que son para llorar. Te voy a poner otro caso: si vas a actuar en la sala de oncología de un hospital pediátrico, donde hay pacientes ingresados por largo tiempo que están viviendo momentos difíciles lejos de la casa y de la familia, no puedes comenzar preguntándoles: “a ver, cómo se sienten, cómo la están pasando aquí”. Es obvio que en el fondo no puedan estar bien, y lo que haces es ponerlos sin querer de nuevo frente a sus dramas. Igualmente hay que ser sensatos cuando se trabaja, por ejemplo, en casas para niños sin amparo filial. Es punzante que vayas a hablarles del amor de mamá y papá para los hijos cuando se sabe que, particularmente para ese público, esa es una esfera con carencias. Hay que contarles de la importancia de la amistad, y de los amigos que podemos ser una gran familia. Te insisto en que el lugar donde se desarrolla la actuación condiciona lo que se presenta. 

—Por mi propia experiencia como padre, he notado en ciertas ocasiones que en algunas funciones infantiles la frontera entre la belleza y el encanto, y lo grotesco a fuerza de resultar gracioso, suelen quebrantarse con mucha facilidad. ¿Por qué puede pasar eso?

‒Sencillamente, cuando eso sucede se han olvidado de los niños y se han ido para el cabaré. Si te alejas de ellos lo pierdes todo. Hay que tener mucho cuidado porque se pueden transgredir algunos límites si el payaso animador, como figura principal, no vela el sentido de todas sus expresiones y deja sonar lo que sea. Para mí es inadmisible privilegiar algunas letras de reguetón en un espectáculo infantil. Y sin embargo ha ocurrido.  

—En la era de los celulares y de las tecnologías subvirtiéndonos etapas y experiencias de vida, ¿cómo debemos seguir defendiendo la tradición que reverencia la más sana imaginación?

‒Déjemos claro algo: los celulares no tienen culpa de nada. No los hagamos responsables de lo que pasa, por favor. Eso sería un absurdo. Para mí son la máquina de vapor de los nuevos tiempos. El problema radica en el uso, o mejor dicho, en el mal uso que hacemos. No hay cosa más bella que un padre compartiendo con su hijo canciones infantiles a través del móvil de acuerdo con la edad del pequeño. Yo celebro tanto ese acto tierno de compromiso familiar que me siento conmovida cada vez que lo veo.    

«Siempre será poco todo lo que hagamos desde la casa, los medios y las instituciones sociales y culturales por la educación y el bienestar de nuestros niños. De eso dependerá el futuro, la verdadera esperanza del mundo como los llamó Martí».  

—¿Qué recomienda a los nuevos que se incorporan a la escena infantil?

‒Lo esencial es amar lo que se hace. Vivirlo todo, pero vivirlo entregando el corazón, dándonos de verdad.   

—Por último me permito una ingenua pregunta no tan ingenua: más allá de todo lo que ha hecho, ¿quién es Ana Nora Calaza?

—Bueno, así como me lo planteas no lo había pensado nunca, pero sí creo que no soy una gente de coger mucha lucha. Más bien soy una persona divertida, alegre, entusiasta. Me gusta tocar piano y guitarra, y compartir con la familia, pues me encanta ser abuela de mis nietos, y construir nuestras propias fábulas, nuestros propios secretos.  

 Foto: Cortesía de la entrevistada

«Por cosas que hago y digo en ocasiones mi hija me regaña como si fuera mi mamá, y mi nieto me habla a veces como lo hacía mi abuelo. Sin que, en parte, les deje de asistir la razón, te confieso que eso en el fondo me duele muchísimo, porque yo me resisto a deshacerme de la espontaneidad de los más pequeños. Nunca he dejado de sentirme niña. Y si estoy en un espectáculo, ahí sí es cuando echo a un lado todo tipo de tristezas y frustraciones. Me olvido del mundo cuando actúo; eso me ha ayudado tanto en la vida que nadie es capaz de imaginarlo. Considero que hay que conservar un pedacito de la niñez, de esa etapa llena de inocencias en la que casi todos fuimos felices». 

  • JR le propone este material en video

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